Sí. Por vigésima primera vez, desde el año 2000, en este siglo XXI, de la era cristiana, el calendario litúrgico de la Iglesia católica nos coloca hoy en el umbral de una nueva Cuaresma.

Precisamente hoy, luego del jolgorio social que, por regla general produce el feriado de carnaval en nuestro país, la liturgia católica nos enfrenta a la realidad y durante la ceremonia de la imposición de la ceniza en nuestra frente nos recuerda algo sobre lo que poco meditamos: somos polvo y en polvo nos convertiremos.

Pero: ¿qué hacemos de nosotros mismos en ese intervalo de existencia física que va desde la concepción hasta la muerte?

¿Qué proporción de ese tiempo tenemos control de nuestra existencia y responsabilidad sobre lo que hacemos o dejamos de hacer?

Debemos responder por nuestras acciones y omisiones; pero, ¿así nos lo enseñan y lo comprendemos?

¿Actuamos siempre conscientes de esa responsabilidad que tenemos ante Dios y ante nuestros semejantes?

¿Preferimos complacernos a nosotros mismos, anteponiendo nuestras satisfacciones, a costa de postergar el cubrir necesidades más urgentes de aquellas personas por quienes debemos velar, por razones de familiaridad, vecindad, agradecimiento o solidaridad?

Para este tiempo de Cuaresma, ya lo he escrito en alguna otra ocasión, todos los ecuatorianos no logramos ser sensibilizados espiritualmente de la misma manera, por razón de nuestra situación geográfica.

Durante nuestra infancia y primera juventud quienes estudiamos según el llamado régimen de Costa estamos de vacaciones durante la Cuaresma, por lo que los preceptores y profesores, ni en los jardines de infantes, ni en las escuelas, ni en los colegios pueden explicar y ayudar a vivir, con la religiosidad apropiada para la edad, los misterios religiosos que culminan con la Semana Santa.

Por tanto, mucho bien podría hacerse, para la adecuada formación religiosa de la niñez y la juventud, que los jóvenes vacacionistas acudan a su iglesia parroquial o a la que suelen concurrir, precisamente en vacaciones, para ponerse a las órdenes de los párrocos para colaborar en la catequesis cuaresmal o en las jornadas propias del tiempo litúrgico, por ejemplo.

Trabajar en catequesis es comprometedor, pues lo que se predica se debe hacer.

El mayor ejemplo es Jesús de Nazaret, quien rubricó con la ofrenda de su vida su doctrina de amor a los demás.

Nadie ama más que el que da su vida.

Pero recordemos que dar la vida por otra u otras personas no necesariamente consiste en dejar de vivir, también es, por ejemplo, sacrificarse a través de la realización de las denominadas obras de misericordia espirituales y corporales, cuyo cumplimiento en tiempo de Cuaresma deberían multiplicarse.

Creo que nos puede hacer un gran bien que nosotros, usted y yo, meditemos sobre estos temas y hagamos compromisos para realizar, individual o colectivamente, pero siempre con alegría, acciones misericordiosas, tan humanas, que beneficiarían a tantas personas necesitadas de misericordia.

¿Si lo hacemos nuestra Cuaresma sería especial y diferente a tantas otras desperdiciadas espiritualmente, en nuestro avanzar hacia el final de nuestra vida?

¿Qué recomendaría usted?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)