Papá era el rey del despropósito. Bueno, hubiera sido el virrey si Jaime Vargas ya habría estado en la escena. Sí, papá metía la pata con más frecuencia de la que mamá hubiese querido, pero no era vulgar. Sus comentarios no eran del todo bienvenidos, como cuando un primo lo visitó acompañado de su esposa y papá preguntó por ella, que dónde la había dejado. ¡Pero si está aquí! Respondió el otro completamente sorprendido. Ah, ¿ella será? Fíjate que no la reconocí, es que era bien guapa, pues ¿qué le ha pasado a la pobre?

Los despropósitos de papá jamás llegaron a la vulgaridad del Pocho Harb, quien comparó a Jeniffer López y a Shakira con una gaseosa y se refirió a ellas como “riquísimas”. La reacción de mamá tampoco bordeaba la exageración de ciertas mujeres que en Twitter se lanzaron contra este señor con toda su artillería feminista pesada, al extremo de lograr suspenderle la cuenta.

Es triste ver cómo poco a poco nos volvemos caníbales, por un lado, y funfamentalistas, por otro. No voy a defender el comentario soez de Harb, pero es eso: un comentario soez. Tamizar todo a través de la ideología de género y tildarlo de machista buscándole cinco pies al gato puede ser muy peligroso y algún momento volverse en nuestra contra, o por lo menos hacernos perder credibilidad en la lucha, por demás justa, de la igualdad. Con estas exageraciones desgraciadamente nos arriesgamos a que algo tan serio e importante termine en un triste cacareo sin sentido.

A ratos me parece que estamos cortando nuestras propias alas, que estamos dando a los hombres el poder de no dejarnos pensar y desear. Este momento, después de lo ocurrido a Harb, a quien no defiendo de ninguna manera, me da miedo de confesar que sin saber mucho de fútbol y sin tener el más remoto interés en el equipo Manchester City, soy capaz de ver un partido entero, con su sobretiempo incluido, solo a la espera de que el cuadro inglés meta un gol, Pep Guardiola salte de gusto, levante los brazos y su chaqueta se le suba convenientemente como para dejarme admirar el final de su espalda. Pero claro, si lo digo en público me aniquilan, por eso les cuento solo a ustedes, aquí en chiquis.

Como decía mi abuela “toda exageración es mala”. No podemos dejarnos dominar por la nefasta idea de lo “políticamente correcto” y cuidarnos de decir algo hasta el extremo de empobrecer nuestro hermoso español. Si seguimos así pronto no podré decirle a mi amigo “el cholo” ¡mi cholo!, cuando lo vea, tampoco decirle a “la negra” cuánto la quiero.

Lo único cierto es que entre ellos y ellas, todos, todas y todes los y las estimadxs féminas y feministas radicales, vamos a botar jodiendo el idioma, la paz social, la convivencia, el respeto y la tolerancia. Es indispensable lograr, como pretende Álex Grijelmo: ...un eventual acuerdo general para expresarse en español sin discriminación hacia la mujer y, al mismo tiempo, con respeto a la historia, la estructura y la economía de la lengua, así como al uso más cómodo para los hablantes. (O)