Son notables las falacias que persisten en el vigésimo aniversario de la dolarización.

Se habla de una serie de requisitos para la sostenibilidad de la dolarización cuando realmente están hablando de políticas sensatas que le convienen a cualquier economía, particularmente a aquellas que tienen moneda propia y que sufren mayor volatilidad frente a los shocks externos.

¿O usted cree que los argentinos la han pasado mejor desde que se acabó la bonanza de las materias primas? El peso argentino se ha depreciado un 85 % en relación al dólar desde 2015. Si usted abría una cuenta en Ecuador en 2015 y depositaba $100 y los dejaba ahí hasta el día de hoy, esos $100 hoy valdrían $100. En cambio, si usted cambiaba dólares para abrir una cuenta en pesos en Argentina, hoy la misma cantidad de pesos equivaldría a tan solo $15.

Quienes dicen que celebrar la dolarización es ser indolente con aquellos supuestamente perjudicados por ella, olvidan o ignoran que la pérdida del valor adquisitivo de los ecuatorianos era un hecho consumado antes de dolarizar. Lo que la medida hizo fue detener la hemorragia, ocasionada por las medidas irresponsables que tomaron varias administraciones en el ámbito monetario y financiero a partir de la sucretización en 1983.

Varios han dicho que la dolarización fue debilitada por las políticas del gobierno anterior. Coincidimos en que la política económica del correísmo autoritario y el populismo que continuó después es perjudicial y dista mucho de lo que se requiere para crecer. La diferencia es recordar que ese modelo económico debilita el crecimiento económico, no la dolarización. Ecuador puede entrar en recesión y la gente seguirá queriendo cobrar su sueldo y ahorrar en dólares.

Muchos dicen que la dolarización tiene el defecto de haber encarecido al país y que esto favorece las importaciones en una economía que por estar dolarizada requiere de un superávit en la cuenta corriente. No obstante, esto no explica por qué Panamá y El Salvador, las otras economías formalmente dolarizadas de la región, no experimentaron un encarecimiento similar y, en el caso de Panamá, creció a una tasa muy superior manteniendo déficits mucho mayores.

Tampoco explica por qué en Suiza, que tiene una de las monedas más fuertes del mundo, esta no ha sido un impedimento para el progreso de ese país. Lo que sí nos pasó es que nuestra clase política nos encareció con un conjunto de políticas –laboral, comercial, de regulación crediticia y financiera, entre otras– que nos vuelven una de las economías menos competitivas del mundo y que nada tienen que ver con la moneda que utilizamos.

Otros sostienen que la dolarización no es coherente con un gasto público desmedido, pero cabe la pregunta, ¿qué esquema monetario lo es? ¿En qué condiciones sí es recomendable un gasto público desmedido?

La dolarización no es más que un esquema monetario que resuelve el problema de la inflación, elimina la posibilidad de monetizar el gasto público, desaparece el riesgo cambiario y corta el conducto de contagio entre las finanzas públicas y el sistema financiero.

La dolarización no puede resolver nuestra manía de elegir políticos que luego gastan más de lo que recaudan, ni aquella de persistir en políticas fracasadas. (O)