Entre los muchos aspectos en que se parecen Ecuador y Bolivia, se destaca la obsesión por tropezar reiteradamente en la misma piedra. Los políticos de ambos países olvidan en pocas horas los episodios traumáticos y reproducen las prácticas que, junto a otros factores, produjeron los problemas que los agobian. El diagnóstico bondadoso sostiene que es un problema de mala memoria. La visión pesimista afirma que es una expresión de oportunismo. Una percepción realista podría decir que es una combinación de ambas causas. Cualquiera que sea la explicación, lo cierto es que para un simple mortal esas conductas constituyen un sinsentido.

En Bolivia, después del turbulento fin del gobierno de Evo Morales y de catorce años de sequía en el campo de la oposición, los integrantes de esta creyeron que dividiéndose podían multiplicarse más rápido que sumando y terminaron restando. El producto final engruesa los activos del MAS de Evo Morales, que espera con paciencia andina que se descueren unos a otros. Hasta el momento ya hay seis candidaturas para la presidencia, y no hay razones para suponer que no puedan aparecer más. Con multiplicaciones y restas le entregarán el primer lugar en la primera vuelta al candidato de Morales. Podrán decir que la unidad se producirá en la segunda, pero eso siempre es un riesgo.

En nuestro patio se hace evidente un problema de amnesia corta, esa que hace olvidar lo inmediato y solamente recuerda el pasado remoto. De ese tiempo recuperaron el cálculo de los logros que se pueden obtener en el corto plazo, aunque con ello se sacrifique el propio futuro. Si alguien pide ejemplos, ahí está la reforma electoral, que dejó intocada la distritalización porque beneficia a los partidos que se han encerrado en territorios propios y, sobre todo, porque las circunscripciones pequeñas son eficientes invernaderos para que crezca y madure el clientelismo. Ahí está también la fácil evasiva a tomar posición en el juicio a la presidenta del Consejo Nacional Electoral. No importa que las acusaciones estén debidamente probadas, si ella y sus adláteres son quienes aseguran que la elección será manejada con el mejor estilo correísta. Una autoridad electoral cargada de culpas inconfesables que pueden ser ventiladas en cualquier momento, vale más que una propia.

Además de la memoria corta, los políticos de ambos países presentan también un avanzado grado de una disfunción que se configura por una mezcla contradictoria entre el presente inmediato y el futuro lejano. Creyendo que este último no llegará sino hasta el día del juicio final, actúan como si existiera solamente el aquí y el ahora. Como si nada se pudiera aprender del pasado, como si no supieran que la historia puede repetirse, en ambos casos tratan como verdaderos gobiernos a dos accidentes temporales, que estaban destinados a encargarse de las tareas tediosas de la transición. Y estos, con su discurso cuántico, el uno y su prédica bíblica, la otra, no tienen la capacidad necesaria para definir un rumbo que solo puede provenir de acuerdos generales. Nuevamente la piedra para tropezar a gusto.

(O)