No hay duda de que la dolarización en Ecuador, con sus pros y contras, tiene inmensamente más de lo primero. Ciertamente en lo económico (porque nos obliga a trabajar en productividad en lugar de especular sobre ganancias financieras, o para evitar pérdidas frente a devaluaciones e inflaciones no anticipadas) y en lo colectivo, porque ya no hay la manipulación monetaria de los políticos y sus aliados privados, pero la mayor ganancia es esencialmente en lo social, y al menos a través de dos vías.

Uno.

Se puede justificar la desigualdad entre personas cuando eso es el fruto de mayor trabajo o ahorro, mayor productividad e incluso mayor suerte en la vida, pero no cuando es el resultado de circunstancias externas que unos pueden manejar de mejor manera. Y eso es exactamente lo que sucedía con la inflación y devaluación. Las personas de mayores ingresos tenían acceso a mejor información y mejores canales financieros que les permitían manejar sus activos en dólares y así protegerse de la pérdida de valor del sucre, mientras que los que tenían menores ingresos no lo podían hacer con la misma facilidad y veían cómo sus recursos (además más escasos) perdían valor. Una injusticia inaceptable, que incrementaba las brechas sociales.

En definitiva, unos estaban protegidos por el paraguas del dólar (aunque no estábamos dolarizados), los otros sufrían los embates de un paraguas muy débil como era el sucre. Ahora ambos tienen el mismo paraguas, y aunque eso no significa obviamente que ya no hay diferencias económicas, al menos no hay la injusticia de que unos ganan y otros pierden por factores monetarios sobre los cuales no tienen ninguna influencia (o sobre los cuales ciertos grupos privilegiados sí tienen influencia).

Dos.

Cambia el enfoque hacia el futuro, ahora hay un panorama de más estabilidad y más largo plazo, lo que permite que las condiciones de vida de la población mejoren de manera consistente y se amplíe la base de gente que mejora. El poder adquisitivo de los salarios mejora, y hay crédito a largo plazo para vivienda, vehículos, línea blanca y más. Nunca debemos olvidar que la inflación y la devaluación son los impuestos más nefastos para la gente de más bajos recursos que vive de un ingreso fijo o que tiene actividades económicas básicas en las que no puede trasladar los incrementos de costos a precios más altos.

Por eso el Ecuador debe mantenerse dolarizado, o su equivalente que puede ser en el futuro otra moneda sólida o dejar a los ciudadanos la libertad de usar la moneda que prefieran, pero sobre todo evitar la tentación de la moneda propia y obligatoria que inevitablemente terminamos manipulando.

También es cierto que un mejor entorno monetario no puede resolver los problemas de desarrollo de un país, no es una poción mágica. Es necesario pero no suficiente, nos da una estabilidad de base pero no nos evita el esfuerzo de construir (sobre esa base) un edificio sólido. La “receta” de la economía es tener buenos cimientos como la estabilidad monetaria y fiscal, pero sobre todo el inevitable ciclo ahorro + inversión + productividad + instituciones. (O)