Muchos historiadores consideran que un asesinato, el del archiduque Francisco Fernando, fue el detonante de la Primera Guerra Mundial. Obviamente, no sostienen que en ese hecho aislado se encuentre toda la explicación del conflicto. La situación de tensión, de problemas no resueltos, de fronteras mal definidas, de acuerdos de paz que no fueron tales, y decenas de causas adicionales configuraban el ambiente apropiado para que la eliminación de una persona abriera paso a cuatro años de matanza generalizada. Con ese mismo criterio, de la chispa que enciende la pradera, se puede prever la guerra que se viene ahora mismo por el asesinato del general iraní Qasem Soleimani. El contexto en que se produjo y la manera en que fue realizado anuncian una nueva –y más cruda– etapa de la guerra interminable del Medio Oriente.

Desde su puesto como jefe de la Guardia Revolucionaria iraní, Soleimani era uno de los dos hombres fuertes de la república islámica, el que encabezaba el poder militar, junto al ayatola Jamenei, que encarna el poder religioso. No era un militar de los muchos que dirigen operaciones en esa guerra que tiene todos los ingredientes explosivos, desde el religioso hasta el político, pasando por el étnico, el económico, el territorial y el geopolítico de las grandes potencias. La Guardia que el conducía no era simplemente un cuerpo militar encargado de la defensa exterior o del orden interno, sino el principal instrumento religioso de una república teocrática, lo que le convertía a él en el guardián de la fe. Desde esa condición, tanto le daba luchar contra los históricos enemigos judíos como contra los sacrílegos occidentales y, con mayor fuerza, contra los musulmanes suníes del Estado Islámico o del pueblo kurdo.

Si la guerra que se encendió hace un siglo por el asesinato del archiduque fue una carnicería instalada en las trincheras con el combate cuerpo a cuerpo entre uniformados, la que se viene será principalmente una serie de crímenes a ciegas. Sin duda recrudecerán los enfrentamientos entre los ejércitos formales e informales que copan toda la Mesopotamia, pero la principal reacción será una vuelta a la lejana historia de esas tierras del Código de Hammurabí y la Biblia, con el ojo por ojo y el diente por diente. La diferencia con los tiempos remotos será que el ataque con un dron a un general puede responderse con un avión que se estrella en las torres de una ciudad.

Como ocurrió hace cien años, la guerra producirá efectos inesperados en varios países, incluso en los que están alejados del escenario directo. Es una incógnita si la decisión de disparar el dron le favorecerá o le perjudicará a Trump en su reelección. Algo similar se puede decir de Netanyahu, que está enredado en denuncias de corrupción y busca un nuevo mandato. Más delicado es suponer lo que puede hacer el Estado Islámico después de agradecer a los norteamericanos por hacer el trabajo que necesitaban. En fin, como siempre, el ojo por ojo dejará largas hileras de ciegos de lado y lado. (O)