“Más llena de gracia, es esa chiquilla que viene y que pasa con dulce balance camino del mar”. Cuando Vinicius de Moraes y Antonio Carlos Jobim la miraron, aquel mediodía de 1962, inmediatamente compusieron una de las canciones populares más hermosas de todos los tiempos: Garota de Ipanema. Era la cima de la bossa nova, y desde entonces la melodía ha circulado por todo el planeta y se sigue cantando en todos los idiomas. Heloísa Paes Pinto, la bella garota que inspiró a los autores, no los conoció sino hasta 1965, cuando ellos se presentaron y le confiaron que ella era la “moza de cuerpo dorado”. Aunque Dios ya los tiene en su gloria, si ello ocurriera en el presente y en la República del Ecuador, Vinicius y Tom serían acribillados en nuestras redes sociales, y probablemente serían enjuiciados por “sexistas, denigrantes y morbosos”, según la opinión de nuestra ministra de Gobierno.
Si el significante es lo que representa a un sujeto para otro significante, como decía Lacan, ¿qué significaría para cada mujer el que alguien le cante “qué cosa más linda”? ¿Cuántas se sentirían halagadas? ¿A cuántas les hubiera gustado suscitar esa expresión? ¿Cuántas –más bien– lo interpretarían como un intento de “cosificación” y se sentirían “tratadas como un objeto sexual”, como empezó a decirse en los años 70? ¿Cuántas se sentirían ofendidas o “morboseadas” por la alusión a su “cuerpo dorado”? ¿Cuántas se sentirían tratadas como un simple “adorno” por aquello de “cuando ella pasa, el mundo enterito se llena de gracia y queda más lindo por causa del amor”? ¿Cuántas dirían que “esa belleza que pasa solita” implica la pretensión machista de dominar a las mujeres y mantenerlas bajo su yugo? ¿Cuántas…?
Was will das Weib? “¿Qué quiere esa mujer?”, se preguntaba Sigmund Freud al final de su vida y de su obra, sin atinar una respuesta. No se trata del universal “las mujeres” sino del particular “esa/una mujer”. Porque, aunque los hombres somos universalmente “básicos y elementales” como dicen ellas, casi todos coincidimos con las legítimas aspiraciones universales de las mujeres: respeto, dignidad, independencia, no violencia, placer, igualdad de salarios y oportunidades, confianza, amor, solidaridad, seguridad… Pero la pregunta de Freud dirigida al particular de “una mujer”, dirigida a cada una con nombre y apellido, va más allá de las demandas femeninas universales. Una pregunta sin respuesta única y definitiva, que mantiene ocupado al gremio psicoanalítico con los enigmas singulares de su clínica cotidiana, la clínica del particular, la clínica de una por una. Si Freud no lo sabía, el resto de los hombres tampoco lo sabemos. Incluso, inicialmente cada mujer no lo sabe, porque la pregunta persiste para cada una, aunque sus demandas femeninas universales hayan sido satisfechas.
El delirio fundamental en el que puede incurrir cualquier activismo consiste en creer saberlo todo. Un delirio que impide la autointerrogación, como aquella de “¿Qué más quiere una mujer singular y determinada, una vez que sus demandas conscientes han sido verbalizadas y cumplidas?”. A pesar de su fachada progresista e intelectualoide, con frecuencia los activismos implican un moralismo revisionista, que eterniza la ignorancia de sus integrantes y el poder de sus dirigentes. (O)