Navidad fue un milagro, es un milagro. Navidad es todos los días, de vez en cuando o nunca. Nosotros somos Navidad. Navidad nació por y para nosotros. Tantos años de nuestro calendario son tantas navidades que hemos vivido, de niños, adolescentes, jóvenes y adultos. Cada Navidad fue una experiencia distinta, cada una de ellas guarda vivencias con matices propios.

Las navidades de mis primeros doce años tienen denominadores comunes de enorme trascendencia y guardan también recuerdos muy cercanos al misterio. Mi familia me introdujo, sin saberlo, en un realismo mágico-cristiano. La fe y el misterio unidos al pesebre y a la familia; los ángeles del cielo cercanos a primos y hermanos recién nacidos. La Virgen y san José retrataban a nuestros abuelos, los seres más queridos por nosotros; la campiña, las montañas y la pesebrera siempre fueron los lugares preferidos de juegos y paseos, es decir, en Navidad nos sentíamos en casa, cualquier esquina del entorno azuayo podía albergar en esos días al misterio. Es por esto quizá que Navidad nos era familiar, conocida, un momento esperado con interés infantil y más tarde con añoranza adulta.

Esta dulce carga, sentimental y cercana, la llevo conmigo; no siento su peso, nunca lo sentí. He cambiado de residencia, he convivido con gente de otras creencias, he conocido historias sorprendentes, he cambiado de caminos y cosmovisiones; los años se han ido acumulando en mis almanaques y la carga… aquella que recibí en mi lejana infancia, se ha vuelto más liviana, más llevadera y más fecunda. Como que con el paso de los años aprendemos a caminar con nuestros recuerdos o, quizá, esos recuerdos se pegaron tanto a nuestra piel que es imposible prescindir de ellos. Este espacio, en EL UNIVERSO, conserva páginas por mí escritas, que son un recuento vívido de ese estilo sencillo y profundo de festejar en mi pueblo y familia la llegada del Niñito Jesús.

Mi vocación de educador, con el tiempo convertida en profesión, fue ocasión propicia para compartir recuerdos, vivencias y creencias con mis estudiantes; al haber sido siempre parte de instituciones educativas católicas me fue fácil el trasvase de convicciones y recuerdos, me sentí en casa. Siempre pensé que los educadores somos seres privilegiados; podemos alimentar la mente de nuestros estudiantes con relatos que contienen dosis suficientes de historia y de fe, de historia y civismo, de historia y buenas costumbres; ellos, más tarde tomarán sus propias decisiones y evaluarán aquello que les fue transmitido. Si la tecnología invade al mundo, porque el universo debe progresar, no significa que hoy esté fuera de lugar el sembrar en la niñez y juventud valores que trasciendan, historias que construyan y vivencias que al igual que pasó con muchos de nosotros nos marquen positivamente para toda la vida.

Amables lectores: a quienes son compañeros de fe, que tengan una Feliz Navidad; que su recuerdo nos sensibilice frente a nuestras responsabilidades de creyentes, que Dios esté presente siempre en nuestras vidas; a quienes tienen diversas creencias religiosas o cosmovisiones dispares, que descubran en ‘el otro’ a personas con quienes compartir porque compartir es Navidad. (O)