Ayer se vio a Gudrum y Henry Black sentados en el borde de uno de los balcones internos de la Plaza Pública del edificio MZ14 de la Universidad de las Artes. Estaban tomados de la mano, con las piernas hacia afuera, moviéndolas al ritmo de las palabras, mirando hacia abajo a Miguelito, su hijastro.
Miguelito estaba en una tarima pequeña, al lado de otros sujetos, importantes todos ellos, de lindo hablar. Había una embajadora, un rector y el director de una editorial. Miguelito no representaba ningún cargo, tal vez su título era el de hijo o heredero o excavador de la memoria de su padre.
Yo estaba en el público, mezclado entre estudiantes, políticos, periodistas, intelectuales y fantasmas.
En las primeras filas estaba también Valentina, nietastra de Gudrum. Valentina podría ser también todas las mujeres y ninguna. Valentina, la de fuerza moral, nada que ver con valentón o valentona.
Valentina nunca llegará a ministra, ella es hoy una explosión silenciosa, de pocas palabras y muchos colores. Ella fue la que logró darle forma a la prosa del abuelo y el padre, la alquimista que transformó los fonemas en formas. Ahí, silenciosa y pequeña, quieta, escuchaba a Miguelito, que, como siempre con esa honestidad brutal y sin libretos, agradecía el gesto a los presentes.
Habían traído de vuelta a Miguel Donoso Pareja, tal vez para tratar de atarlo nuevamente a la tierra como nombre de una librería, poniendo su retrato en vitrinas y pantallas para que no se le olvide quién era.
Miguelito les aclaró que el viejo no venía para seguir escribiendo, que no tengan ninguna esperanza de ello. Que su vuelta era un exabrupto para poder seguir dando que leer. Que solo lo hacía porque el ruido de esa artimaña de reunir en un solo espacio México, Ecuador, arte y libros, lo había despertado.
Unos espíritus danzantes se atravesaron momentáneamente por el evento, la gente aplaudía y Miguelito seguía ahí sentado, emocionado.
No era para menos, la ciudad, retando con braveza a Candy Crush y sus cómplices, inauguraba una librería y con el nombre de su papá. Y más encima del Fondo de Cultura Económica de México (¿Cómo escribía Miguel Donoso Pareja: Méjico o México?).
Explicaron en la presentación que esta librería sería totalmente inclusiva, con una sola excepción, los libros de autoayuda. ¿Y ahora?... ¿Y ahoraaaaa? Se escuchó entre algunos asistentes. No quedará más que leer de verdad.
Tengo que decir que prometieron bajar los precios de los libros.
En fin, es una nueva oportunidad para una ciudad que ha visto caer por KO a tantas librerías tradicionales y sus libreros.
Mientras tanto, Henry y Gudrum, ahora quietos mientras los asistentes comían los bocaditos del cocktail, lejos de naufragios y desastres, pensaban coincidentemente y simultáneamente en el culto a los muertos, en el homenaje a la resurrección. Gudrum le preguntó a Henry: ¿Cuándo van a hablar de Miguelito y su último libro?, ¿o de Valentina y sus ilustraciones? Siguieron ahí en silencio por un momento más, algo aburridos, ya acostumbrados a los homenajes a “El muerto”. (O)