El empuje cultural de un país se expresa en el grado de instrucción que su población ha alcanzado, pero especialmente tiene que ver con la capacidad de lectura, en general, y con la lectura de libros, en particular. El hacer de la lectura un hábito resulta de decisiones de la historia personal de cada uno, pero también es un asunto público. Una sociedad cuya capacidad lectora es casi nula está condenada a ser presa de los demagogos, los explotadores y los mentirosos en todos los niveles de la vida social. Incluso la democracia se fortalecería si los ciudadanos que la animan, hombres y mujeres, incrementan sus destrezas lectoras.
A pesar de que los lectores de hoy emplean varios medios tecnológicos, la lectura del libro impreso sigue siendo el medio más adecuado para la formación de personas con pensamiento crítico, cuestionadoras del orden y del poder y con iniciativas para proponer cambios positivos. Ser lector es comprometerse con la discusión y difusión de lo que se lee. Ser lector es incorporar lo leído a los actos de nuestras vidas. Este es el efecto de la palabra impresa. Por eso no debe olvidarse que las ciudades importantes también son conocidas por sus grandes bibliotecas públicas. Pero ¿existen bibliotecas públicas en el Ecuador?
En tanto edificios y locales, parece que sí existen, ¿pero tienen nuevos libros y funcionan como centros que construyen relaciones sólidas con la comunidad a la que sirven? Con ocasión del 25 aniversario de la Biblioteca Pública de Milán, en 1981, el escritor italiano Umberto Eco dictó una conferencia –publicada en español como De bibliotheca (Madrid, José J. de Olañeta, 2018)–, en la que señala que, en el paso de los siglos, las bibliotecas han tenido la intención de recoger, atesorar, transcribir, hallar y, a veces, hasta ocultar los libros. Las bibliotecas profundizan el humano afán de buscar y descubrir.
Según Eco, la experiencia de estar en una biblioteca debe convertirse en una aventura, en el sentido de que muchas veces un usuario va por un libro y encuentra otro distinto, que le atrae más. ¿Y qué responsabilidad tienen aquellos que manejan lo público respecto de la carencia de bibliotecas en nuestro país? Porque el Ecuador no cuenta con bibliotecas llamativas e interesantes que estén abiertas al público –entiendo que algunas universidades han destinado recursos económicos y han dotado de fondos bibliográficos a sus bibliotecas, pero son esfuerzos institucionales aislados– y que se propongan la búsqueda de lectores.
Una función central de las bibliotecas es hacer leer. Y, según Eco, “la biblioteca es cosa de la escuela, del ayuntamiento y del Estado. Es un problema de cultura”. ¿Qué hacen por el desarrollo de las bibliotecas el Estado, los municipios, las universidades y las escuelas? ¿Podrán coordinarse acciones para ir viviendo, poco a poco, en un país con bibliotecas y lectores? ¿Les interesa a los políticos las bibliotecas? El profesor español Antonio Bernat Vistarini afirma que “la biblioteca es el único espacio donde uno puede permitirse preguntar si algo en este mundo tiene sentido”: de ahí que deban recuperarse esos recintos de soledad y máxima libertad llamados bibliotecas públicas. (O)










