Esto es como el cuento del gallo pelón. La historia la conocemos de memoria: 1) El gremio “amenazado” por una competencia naciente va con sus exigencias proteccionistas al gobierno de turno. 2) Los políticos ceden sin ningún reparo en estrangular un sector económico que mejora y diversifica la oferta competitiva de la industria. 3) Pierden quien osó competir y el consumidor; gana el gremio “menazado”.

Ahora le llegó el turno a los alquileres turísticos. A través del Reglamento de alojamiento en inmuebles para uso turístico que diseñaron los planificadores del Ministerio de Turismo desde sus escritorios, creyendo que la información que poseen es toda la información existente, se regulará el hospedaje turístico.

El Reglamento propuesto no regula el funcionamiento de la plataforma Airbnb, a través de la cual se oferta el alquiler temporal de inmuebles, sino a las actividades de hospedaje turístico que se realicen en esas propiedades en el país; es decir, a quienes rentan sus bienes. Estos bienes les reportan importantes ingresos pasivos a muchos ciudadanos y los turistas pueden alquilar inmuebles a precios competitivos, en sitios donde no necesariamente hay hoteles y con requerimientos que ellos elijan. Tal como está diseñado, el Reglamento afectaría las fuentes de ingresos de miles de anfitriones ecuatorianos, el desarrollo del turismo local y comunitario, y generaría mayores condiciones de informalidad, con consecuencias negativas para Ecuador como destino.

Como este es el cuento del gallo pelón, el gremio “amenazado” saltó. Los gobernantes se dejaron seducir por ese grupo organizado y ganaron. ¿Cómo? El Reglamento busca impedir que los anfitriones ecuatorianos abran las puertas de sus casas para recibir huéspedes eliminando opciones de alquiler turístico y dejando la vía libre a los hoteles. Airbnb ha calificado esta medida como “prohibitiva que no tiene antecedentes en América Latina”.

¿Por qué los ecuatorianos (y muchísimos otros ciudadanos en el mundo) empezaron a recibir huéspedes? Para obtener nuevos ingresos a través de la famosa y muy eficiente economía colaborativa. Con una economía estancada, una rigidez laboral muy evidente, que ha dado como resultado un incremento importante en el empleo inadecuado, buscar una nueva fuente de ganarse la vida es lo natural. Por eso surgen Uber y Airbnb: trabajo, ingresos, competencia, buena calidad de servicio, volumen de oferta, precios más bajos, ofertantes y usuarios contentos. Pero no a todos les gusta la competencia. Algunos acuden al compadrazgo estatal para no bajar precios. Meses después nace un Reglamento. ¿El final del cuento? Unos cuantos ganadores y muchos perdedores.

Moraleja del cuento: el propietario debe supeditar el uso y disfrute de su propiedad a lo que sea socialmente necesario y no a sus propios intereses. La “autoridad moral” regula y a través de esa regulación informa quién necesita el servicio, cuándo y cómo. La excusa es la seguridad de los usuarios, pero ¿alguien preguntó a los usuarios qué es lo que quieren?

Las sociedades prósperas se construyen sobre marcos normativos que toleran la competencia. Pero mientras los políticos se dejen seducir por pequeños grupos y cedan a presiones, el cuento del gallo pelón del proteccionismo será el de siempre: mismos personajes, trama y final: el cuento de nunca acabar. (O)