Hace unos cuantos días, una ciudadana publicó una carta en un diario de amplia circulación nacional, en la que se quejaba de falencias en el servicio al usuario de una institución pública.

El mismo día de la publicación, la ciudadana fue contactada por la institución pública y en menos de 24 horas fue resuelto el problema que venía arrastrando desde hace meses y que la motivó a escribir la carta al diario, además, la institución corrigió una política que era la generadora del mal servicio, no solo a la ciudadana quejosa sino a miles de ciudadanos en todo el país.

He considerado oportuno citar este caso para intentar graficar de alguna manera el rol que cumple la prensa en una sociedad democrática, los alcances que tiene y, a la vez, comprender por qué ha incomodado tanto a los regímenes totalitarios a lo largo de la historia.

A medida que pasa el tiempo, desde que nos libramos de la última dictadura que gobernó el país por una década, cada vez salen a la luz más casos de abuso de fondos públicos, de atropello de derechos ciudadanos, de despilfarro y de corrupción, a la vez que se confirman denuncias por las que la prensa independiente fue perseguida y satanizada por el otrora poder único de la república.

Y entonces se entiende con mayor claridad por qué debilitar o liquidar a la prensa independiente siempre fue un objetivo permanente de la dictadura; por qué el Rey de Carondelet la declaró opositora y enemiga de la revolución; porqué le dedicó una sección especial en las ferias sabatinas; por qué los casos EL UNIVERSO, Gran Hermano y otros más, incluso a costa del desprestigio internacional de su gobierno.

Porque el poder político, económico o social es, al final de cuentas, pasajero, efímero; pero la credibilidad de la prensa seria, ganada por décadas a pulso de contar historias reales, de decir la verdad aunque moleste al poder, de hurgar debajo de las alfombras de la política y de anteponer los intereses públicos a los de las élites, cualesquiera que sean estas, se consolida día a día y pasa de generación en generación como la fuente de información por excelencia de una sociedad.

Correa se fue, pero dejó clavada una estaca en la prensa independiente y, a través de esta, al derecho a la información de la sociedad; estaca que le corresponde desenterrar a la clase política seria que sí tiene el país. Me refiero a la discriminatoria prohibición constitucional introducida mediante la mañosa consulta popular 2011, que prohibió a los propietarios de medios de comunicación nacionales tener otros negocios ajenos a la comunicación, justo en tiempos en los que la transición digital demanda ingentes recursos para poder sostener los negocios.

La prensa independiente no podrá salir adelante si no cuenta con herramientas para sostener el negocio durante la transición digital, y la referida prohibición constitucional es el principal obstáculo para ello.

Ojalá la clase política tome conciencia de la imperiosa necesidad de retirar la “estaca” y encuentre el camino apropiado para devolver a la ciudadanía el derecho a gozar de una prensa independiente capaz de financiar con otros negocios su actividad periodística, tan necesaria para la sociedad ecuatoriana. (O)