La notable serie televisiva Juego de tronos (Game of Thrones) llega a su episodio final este domingo luego de ocho temporadas con muchos cuestionamientos sobre su desenlace, pese a lo cual pocos dudan que pasará a la historia como una de las series más reconocidas de los últimos tiempos. La serie se basa en la novela de fantasía escrita por el autor estadounidense George R. R. Martin y ha servido en muchas ocasiones para establecer un paralelismo con la política real a tal punto de que Pablo Iglesias, el controvertido político español del movimiento Podemos, llegó a escribir un libro titulado Ganar o morir: lecciones políticas en Juego de Tronos.

Iglesias señalaba que la serie “no es como la era Maquiavelo, pero ha sido capaz de llegar a muchos públicos y plantear algunas de las cuestiones más emblemáticas del poder”, agregaba con su discutida visión de izquierda que el escenario de Juego de tronos se conecta “con cierta conciencia oscura del fin de nuestra civilización occidental tal y como la conocemos”. Hay otros que sugieren que la lucha de poder para alcanzar el Trono de Hierro permite configurar una trama de verdadera cátedra política con paralelismos que se pueden aplicar de forma clara en los actuales momentos, con una historia que “se esconde tras la fachada del poder, los equilibrios frágiles y escurridizos sobre los que se sustentan el entramado político de los estados”. Otros, en su lugar, señalan que más allá de la novelería, el verdadero mérito de la serie es recordarnos que donde hay poder, de cualquier forma, tarde o temprano, habrá opresión y que donde se genera la opresión aparecerá, inevitablemente, la resistencia.

Hay también los que consideran que más allá de la novelería generada por la exitosa serie, no hay lecciones verdaderas de filosofía política que trasciendan, pues en la práctica todo (o casi todo) lo que se pueda decir de política ya está dicho. Existe, sin perjuicio de lo señalado, un mérito importante en la historia de Juego de tronos como es el de recordar la fragilidad política y lo efímero del poder con la necesidad de imaginarse un mundo sin los personajes principales, una vida “en la que ya no estemos”. Varios personajes de la serie, con gran poder político y militar, pasaron a convertirse de la forma más súbita y vulgar en fantasmales recuerdos como si nunca hubiesen pasado por la tierra de Westeros, planteando (sin querer) la triste fantasía de quienes una vez en el poder se sienten eternos, ungidos, parte de la leyenda y de la memoria colectiva cuando no terminan de ser “un efímero rizo de espuma en un mar encrespado”.

El penúltimo capítulo de Juego de tronos, uno de los más criticados por los fieles espectadores de la serie, ofrece paradójicamente una lección adicional de política al exhibir la manera como uno de los personajes con mayor posibilidad para llegar al trono y con algunos méritos para lograrlo, se convierte de repente en rehén de sus propios delirios con una enloquecida sed de venganza y poder (“entones el Miedo”), recordándonos cómo acaban por marcar los tormentos internos de cada individuo. Yo también esperaba un final más feliz para Daenerys Targaryen pero así es la vida, ni más ni menos, igual en Westeros, igual allá, igual aquí.(O)