El Día de las Madres está a la vuelta de la esquina y ya van algunas semanas en las que el conocido marketing que rodea esta fecha inunda nuestros televisores, radios y garitas publicitarias. ¿Qué mejor forma de expresarle el amor a mamá que regalándole esa licuadora a 50% de descuento o aquella lavadora a seis meses sin intereses? ¿Hay mejor forma de agradecerle que con una tarjetita y unas flores?
Una lectura de la Agenda Nacional de las Mujeres y la Igualdad de Género quizá nos sugiera un mejor regalo. Según este estudio, el cual cubre el periodo del 2014 al 2017, en Ecuador el 60% de las mujeres mayores de 15 años ha sido víctima de algún tipo de violencia o maltrato, sea físico, psicológico, patrimonial o sexual. En efecto, de cada diez mujeres, seis han sido víctimas de la violencia machista que infecta nuestra sociedad.
El estudio nos arroja otros datos sumamente preocupantes. Aproximadamente una de cuatro mujeres de nuestro país (25,7% para ser más exactos) ha sido víctima de violencia de carácter sexual, cifra que es completamente inaceptable. En tanto que la violencia psicológica es escalofriantemente común, siendo que más de la mitad de las mujeres encuestadas (53,9%) han sido víctimas de frecuentes abusos e intimidaciones de carácter psíquico o emocional. El índice de violencia física, por su parte, ronda el 40%, cosa que es absolutamente incompatible con el más básico respeto por la dignidad de la persona. En definitiva, haciendo cuentas, en nuestro país más de tres millones de mujeres son forzadas a vivir en condiciones de miedo, abuso e intimidación.
La violencia de género, sin embargo, solo es la manifestación más extrema de una cultura que sistemáticamente entiende a la mujer como una criatura doméstica a ser controlada económica, física y sexualmente por el hombre. Desde que nacen, a las mujeres ecuatorianas se les enseña que su integridad psicológica es de poca importancia, que su autonomía sexual es motivo de tabú y vergüenza, que su aspecto físico define su valor como persona y que su rol en la vida es el hogar. La mujer, ante todo, debe ser buena hija y buena esposa: su desarrollo emocional, académico y profesional son secundarios. Aquellas que se rehúsan a conformarse con este patrón son motivo de escándalo y burla, a menudo siendo el objeto de epítetos hirientes y bromas de mal gusto. Esta actitud no discrimina entre clases socioeconómicas. El machismo es una auténtica gangrena que pudre nuestra sociedad.
Este año démosle a mamá el regalo de repudiar la cultura que la hace sufrir, la cultura que toda su vida le ha dicho que ella vale menos. Además de la tarjetita y las flores, apoyemos las iniciativas en contra de la violencia de género, denunciemos y no encubramos los abusos en contra de la mujer, y enseñémosles a nuestras hijas que su valor como persona es idéntico al de sus hermanos. Todos tenemos una madre. La indiferencia ante un problema tan sistemático y prevalente es una bofetada en su rostro. (O)