La semana pasada un grupo de más de 200 científicos de todo el mundo publicaron las primeras fotografías jamás tomadas a un hoyo negro. Este coloso, ubicado en el centro de la galaxia M87 en la constelación Virgo, está a 55 millones de años luz de nuestra Tierra y es un billón de veces más grande que nuestro Sol.

La humanidad sabe de la existencia de hoyos negros en el cosmos desde la época de Einstein. Su famosa e impenetrable teoría de la relatividad los predecía y varios astrofísicos desarrollaron los modelos matemáticos para su comprensión. Posteriormente, el estudio de estos cuerpos fue profundizado y popularizado por el recientemente fallecido Stephen Hawking, ─quien propuso la existencia de un Hawking Radiation.

Pero entonces ¿qué tiene de impresionante una fotografía de un objeto que hemos sabido de su existencia por más de 50 años? Además, ¿por qué sería difícil fotografiar un objeto que es billones de veces más grande que nuestro Sol? ¿No debería ser que, por sus inmensos tamaños, sean más fáciles de observar?

Pues no. Es justamente su masividad la que los hace inobservables. Los hoyos negros son tan masivos que nada, absolutamente nada, puede escapar de sus fauces. Su fuerza gravitacional es tan extrema que atrapa a cuanta partícula caiga en su zona de influencia. Incluso los fotones, ─partículas cuánticas que trasladan la luz,─ no pueden escapar del centro de este abismo. Es esta falta de luz ─específicamente, la falta de ondas en el espectro radioeléctrico observable─ la que los hace elusivos de ser observados.

Ahora, si bien el centro de un hoyo negro no emite ningún tipo de onda electromagnética, alrededor del mismo se forma un anillo ardiente conocido como el Event Horizon,─ donde todas las partículas hacen un último e inútil esfuerzo por escapar de la incansable voracidad de este sideral troglodita. Dentro de este pandemonio sí se producen variaciones electromagnéticas que, con equipos lo suficientemente precisos, pueden ser observadas. La precisión requerida es mayor a aquella necesaria para escuchar el suspiro de un bebé en medio de un estadio de fútbol, segundos después de que el equipo local anotó el gol del triunfo. Y esto es, justamente, lo que ha realizado el proyecto Event Horizon agrupando y sincronizando a 8 telescopios en 4 continentes. A través de sofisticados algoritmos lograron recopilar la suficiente información para tener una fotografía. La imagen es la de un dónut: rojo y dorado en sus contornos, con una negrura absoluta en su centro.

Como dos de los telescopios que forman parte del Proyecto están en Hawái se decidió ponerle un nombre mucho más apropiado acorde con esa cultura y, así, evitar el que se venía usando: “el hoyo negro en la mitad de M87”. Para esto, el profesor Larry Kimura, de la Universidad de Hawái, combinó dos palabras sacadas de un canto nativo hawaiano: el Kumulipo. Las palabras fueron po y wehi, que combinadas significan “una fuente oscura embellecida de creación interminable”.

Powehi es el primero de los hoyos negros que ha sido fotografiado. Al fin, y con mucho esfuerzo, se ha logrado ponerle una cara a un hoyo negro, demostrando y corroborando las predicciones sobre su forma circular y la existencia de sus explosivos anillos cuasi volcánicos, donde las partículas hacen un último, agónico e inútil esfuerzo por escapar de una eterna prisión, infinitamente oscura, donde el tiempo y el espacio no existen.

Quizás, como lo dice Dennis Overbye, en referencia a Tolkien, lo que hizo el equipo del Event Horizon es observar, en los recónditos centros del universo, el ojo de Sauron. (O)