Las galaxias no se desplazan con la expansión del universo entero. El Sol tampoco se mueve por ese efecto. El planeta que habitamos no gira y no es un globo. Nuestra Tierra no es un planeta como ha sido descrito. Por el contrario, es una llanura cubierta por una cúpula. Nuestra Tierra es un gigantesco disco cuya circunferencia es una grandísima pared de hielo, algo parecido a ese enorme estudio cinematográfico de El show de Truman (1998). Vivimos en un planetario gigante. De estas patrañas trata Behind the Curve, la película de Daniel J. Clark titulada en español Tan plana como un encefalograma (2018).
Quienes hacen estas afirmaciones consideran que están combatiendo el pensamiento hegemónico. Que están derrotando una conspiración instrumentada hace más de 500 años que ha buscado convencernos de que la Tierra es como una pelota. Incluso los dinosaurios, que no existieron según ellos, fueron inventados para dar a la Tierra una temporalidad que no tiene. La principal prueba de lo que sostienen es: como ninguna persona es capaz de sentir el velocísimo movimiento de la Tierra por el espacio, ergo, la Tierra no se mueve; y, como lo indican nuestros ojos, tampoco es una canica, sino un vasto terreno plano.
Quienes profesan estas ocurrencias denuncian que el aparato escolar nos ha lavado el cerebro y que, como la ciencia convencional descubrió que la Tierra era plana, entonces se inventaron los programas de exploración espacial para sacar fotos y falsificar el hecho de que la Tierra se ve como un disco cubierto por una cúpula. Las estrellas que a simple vista observamos en el cielo son parte de un sofisticado sistema de exhibición. En sus agrupaciones –por cierto, varias facciones se descalifican entre ellas ferozmente– no pueden participar científicos porque, al haberse estos titulado en las universidades, ya han sido cooptados por el aparato oficial.
En el documental se escuchan varios testimonios: los de quienes defienden la creencia de la Tierra plana y varios científicos de universidades con programas de astrofísica. Y queda claro que no es que los primeros no sean inteligentes, sino que se han montado en una creencia defendida como un fanático que muere por sus opiniones. Su fe en la Tierra plana está incluso por encima de las demostraciones, a las que, sin embargo, dicen acudir para probar que la Tierra no es una bola. Como ya tienen la conclusión –que la Tierra es plana–, su método consiste únicamente en validar aquello que empate con esa conclusión.
Su lucha es también experimental. Un giróscopo constata que la Tierra gira, pero ellos lo justifican por aquel montaje fuera de la cúpula que influye negativamente en el aparato. El filme se cierra con un experimento con rayo láser que no se comporta como ellos quieren, sino como funcionan las leyes de la naturaleza, y que confirma la existencia de una curvatura en la superficie. Uno de esos creyentes solo atina a murmurar: “Es interesante…”, ciego ante el error. Por todas partes, incluso en las universidades, hallamos extravagantes como los de la Tierra plana, que tergiversan la realidad convencidos ilusamente de que su doctrina transformará el mundo. (O)