Medidas económicas que se retiran antes de su puesta en vigencia, endeudamiento desesperado, colocación de bonos con interés de chulquero, anuncios de privatizaciones truchas, grupos que presionan para mantener el proteccionismo, protestas callejeras. Se podrá afirmar que todo eso es resultado de la mesa mal servida, del caos económico heredado y de la voracidad de las manos limpias. Sin duda, ahí está el origen, en la brillante idea de sustituir la política económica por el gasto clientelar del mayor flujo de recursos de la historia. Pero, es también un retorno al pasado más remoto. Es la visión del futuro como un gran hueco negro que lo conocemos suficientemente.

Los hechos mencionados, con las contradicciones del Gobierno y el cálculo oportunista de los otros actores políticos en el centro del problema, configuran una situación muy similar a la que vivimos durante más de dos décadas. Si se revisan los periódicos, desde mediados de los ochenta hasta los primeros años del nuevo siglo, no faltará un día que nos haga pensar que estamos repitiendo una historia nefasta. Tímidos avances y fuertes retrocesos, con la consecuente imposibilidad de definir un rumbo claro, marcaron a todos los gobiernos que se sucedieron en aquella larga etapa. El guión era conocido: anuncio de medidas, temerosa aplicación de estas, protestas callejeras, presiones de poderosos grupos económicos y sociales, marcha atrás del gobierno. Como corolario, el bloqueo a cualquier posibilidad de definición de algo que se pareciera a una política económica.

Por ello, a pesar de la retórica sobre la larga noche neoliberal, Ecuador fue uno de los pocos países latinoamericanos que no definió un modelo económico por el que pudiera caminar con firmeza, independientemente del color del gobernante. No es que no avanzó en la dirección marcada por el Consenso de Washington, sino que no lo hizo en ningún sentido. El modelo económico fue un híbrido incapaz de ofrecer certezas a los actores económicos y bienestar a la población. El resultado más evidente lo presenta el producto interno per cápita, estancado a lo largo de veinte años. Entre 1980 y 2000, la proporción de la producción nacional que le corresponde a cada habitante se mantuvo inalterada. A más de un terremoto, una escaramuza en la frontera y dos fenómenos del niño, no hubo grandes catástrofes que explicaran el desempeño negativo. El problema estuvo en la imposibilidad de establecer un rumbo, que a su vez debía derivarse de acuerdos nacionales.

Solo la dolarización y la posterior bonanza petrolera dieron un alivio parcial. Pero, esta última concluyó y la dolarización no es suficiente para evitar que volvamos a una situación similar a la de aquellos tiempos. Con las medidas aisladas del Gobierno, la indiferencia e incluso el boicot de los partidos políticos y las ansias de pescar a río revuelto de quienes saben que las privatizaciones fueron la maternidad de nuevos ricos, estamos caminando sobre las mismas huellas. Queremos mirar hacia adelante, pero nos encontramos con el retrovisor. Como es obvio, nos muestra el pasado, un pasado nefasto. Pero nos empeñamos en regresar. (O)