Hoy he querido dirigirme a cada una de las personas que pretenden captar nuestro voto. Les escribo a ustedes, mujeres y hombres, que han emprendido una campaña para intentar convencernos de que son las personas más idóneas, con la honestidad y capacidad que se requieren para desempeñar a cabalidad el cargo al que aspiran.

A algunos ya los conocemos, son pasajeros frecuentes en este turbulento camino de construcción de nuestra democracia. Los rostros de muchos nos son familiares, deportistas, periodistas, animadores, activistas, políticos. A algunos los hemos visto ir de un lado al otro como veleros a la deriva dependientes de la dirección del viento. Es difícil descifrar cuál es su filosofía de vida o ideología política; han transitado por los grupos políticos más contrapuestos sin siquiera sonrojarse. Algunos ya fueron beneficiados con nuestro voto para desempeñar los más altos cargos, pero salieron salpicados de dudas que muchas veces no lograron disipar lo que no parece incomodarlos para seguir cobrando sueldos vitalicios que, paradójicamente, debemos pagar todos, incluso aquellos que no tienen dinero para llevar un pedazo de pan a sus hogares.

Hay los otros candidatos, los nuevos rostros, sonrientes y carismáticos; adorables y peligrosos desconocidos que alardean de ser tan pueblo como el que más y que se nutren de nuestras frustrantes decepciones para encaramarse en el poder. Los vemos como salvadores que llegan cual superhéroes a librarnos de las garras de los ladrones, prepotentes y sinvergüenzas de siempre. No analizamos sus trayectorias ni sus vidas. No escudriñamos un poco más y sucumbimos ante la propaganda o ante la indignación buscando castigar a aquellos que nos traicionaron. La historia se repite una y otra vez; los ansiados salvadores sucumben al poder, al dinero y sobre todo a sus egos. Vemos a aquellos que se declaraban pueblo transitar cual príncipes o princesas con privilegios de millonarios; van de aquí allá exigiendo reverencia, casi veneración, mirándonos a los que alguna vez besaron y abrazaron por el voto como individuos inferiores o, peor aún, cual generosos emperadores que se dignan bajar la mirada a sus lacayos.

Espero y confío en que hay aquellos otros; aquellos a quienes los mueve una honesta fuerza interior por servir; aquellos que son conscientes de que el voto popular les confiere un privilegio y una inmensa responsabilidad; los que son conscientes de que se deben a quienes les dieron sus votos, pero también a quienes no se los dieron. Mujeres y hombres honestos que encontrarán un camino pedregoso porque deberán luchar contra aquellos que han parasitado demasiado tiempo el país y no quieren perder sus privilegios.

¿A qué grupo de candidatos pertenece usted? ¿Es de aquellos que ansían llegar al poder para alimentar su ego, agrandar su bolsillo, llenarse de poder? ¿Es acaso de los otros, los idealistas, los que se han preparado responsable y concienzudamente para construir un país más moderno, equitativo y justo; aquellos cuya lealtad y principios ni se compran ni se venden en vergonzosos acuerdos? Si su mayor satisfacción no será el reconocimiento ni las loas sino el haber servido al país con el único interés de contribuir a su desarrollo, entonces mi voto es por usted. (O)