Merecería acceder a la Alcaldía de Quito quien presentare un plan verosímil y ejecutable para modernizar el transporte público y lo realizare. Quien tuviere un proyecto verdadero para movilizar el tráfico atascado en nuestras calles. Quien ejecutare un plan coordinado con la Policía Nacional para devolver la seguridad a nuestros ciudadanos, desbordados por la criminalidad y la violencia cotidiana. Quien proveyere a toda la capital de servicios básicos, soterramiento de cables y vialidad decente. Y quien educare a los quiteños y residentes para ser genuinamente civilizados entre nosotros y realmente acogedores con los turistas, en lugar de estafarlos, asaltarlos y acuchillarlos. Estas son las condiciones necesarias (no ideales) para merecer ese puesto, que ninguna de las personas postulantes cumple.

Ningún candidato o candidata ha presentado un proyecto amplio y convincente que merezca nuestro voto. Todos se han limitado a realizar campañas enunciando vaguedades y apareciendo “hechos los que cortan el césped, barren las calles y reparten abrazos”. A estas alturas, nadie les cree, y sería bueno que algún asesor, pariente o amigo les diga que hacen el ridículo. Al menos, algunos pretenden parecer amables y trabajadores, no como otro que blandió una silla contra sus opositores hace dos semanas. El hecho de tener… ¡18 postulantes, 18! para el cargo, es un síntoma inequívoco del deterioro municipal quiteño que viene desde el periodo anterior y del acelerado empobrecimiento de la calidad de vida en la capital del Ecuador.

Pero lo mismo pasa en las elecciones locales de casi todas las provincias y municipios del Ecuador. Ante tal epidemia de candidaturas, un optimista ingenuo diría que es un signo de la recuperación de nuestra democracia y del interés ciudadano por la participación en la política y el servicio a la comunidad. Un realista viejo pensaría que asistimos a una involución irreversible de una vida política que ya era bastante mala antes de las próximas elecciones. El mismo realista añadiría que es un fenómeno que accesoriamente da cuenta del problema del desempleo en el Ecuador, y una consecuencia persistente de cómo Rafael Correa nos enseñó que este problema se combate multiplicando indefinidamente la burocracia municipal y estatal.

¿Y qué decir de las elecciones para el indefinible Consejo de Participación Ciudadana y Control Social? Un supuesto engendro del correísmo de aparentes connotaciones orwellianas, empezando por la sugestiva equivocidad del “control social”, según algunos expertos comedidos que ya salieron al paso para aconsejarnos por quién no debemos votar para evitar que vuelva Correa con su “control social”. ¿Deberíamos creerles a ellos o a los expertos correístas? ¿Cuántos ecuatorianos saben para qué sirve –exactamente– un CPCCS? Votar sin saber por quién y para qué es cada vez más la norma en nuestra mediocre política ecuatoriana, y nosotros legitimamos la mediocridad con nuestros votos.

Si estos candidatos no merecen nuestro voto… ¿por qué los ciudadanos mereceríamos mejores candidatos? ¿Acaso hemos hecho algo mejor que quejarnos, hacer chistes, contar chismes, repartir memes y contentarnos con mirar escandalizados lo que hacen y dicen nuestros políticos? ¿Qué queremos? ¿Qué hacemos para merecerlo? ¿Tenemos propuestas o solo demandamos? ¿Cuidamos nuestras ciudades, pagamos nuestros impuestos y respetamos la ley? ¿Merecemos otra política? ¿Por qué? (O)