A propósito de la posibilidad anunciada en días recientes de llegar a un acuerdo financiero con el Fondo Monetario Internacional (FMI), surgieron enseguida las voces de quienes consideran que cualquier acercamiento a dicha institución es casi un acto de traición a la patria; de forma paradójica, fueron voceros correístas quienes enseguida alertaron respecto de la posibilidad del acuerdo argumentando que sería muy perjudicial para el Ecuador.
Sin margen para equivocarnos se debe considerar que hay un punto que debe quedar claro: virtualmente en todos los países en donde el FMI ha tenido algún tipo de injerencia han surgido grandes controversias respecto de los beneficios reales de los ajustes requeridos, especialmente si se considera lo ocurrido en Latinoamérica, en donde se asegura que “los programas de ajuste estructural del FMI tienen un récord muy problemático”, debido a una serie de factores entre los que se mencionan las posibilidades de recesión y desempleo. Reconocer este antecedente resulta esencial, especialmente si lo que se busca es encontrar un acuerdo exitoso de aplicación de las políticas del FMI; sin perjuicio de lo señalado, hay quienes consideran que sí han existido ejemplos exitosos de ajustes económicos en los que el apoyo del FMI resultó determinante, especialmente al requerir políticas responsables por parte de un país determinado, lo que deja abierta la discusión de que en ocasiones la satanización del Fondo pudiese tener un sesgo de trasfondo ideológico.
En todo caso, resulta casi inevitable sugerir que las recetas del Fondo Monetario Internacional traen consigo recomendaciones de ajustes cuyo costo social es innegable, por lo que debe recordarse que el acercamiento al Fondo no es producto de capricho o necedad, sino expresión de necesidad ante el desastre heredado del gobierno anterior, cuya política económica terminó siendo un total desconcierto entre el despilfarro, la intromisión, la improvisación y la corrupción. El país debería recordarlo de forma especial cada vez que un vocero correísta, sea quien sea, se convierte en agorero del desastre que espera al país si se firma un acuerdo con el FMI, olvidando que una política económica errónea e insensata puede terminar causando mucho más daño que la aplicación de los programas del FMI.
Esto no significa, de ninguna manera, ser candorosos ante las recetas del Fondo, pues como bien lo advierte un analista, la duda está planteada: “¿camino hacia la estabilidad o recetas para el desastre?”. Si el Gobierno no tiene alternativa real ante la crisis heredada, debe plantearse el acuerdo con el FMI sin prejuicios, pero también sin ingenuidad. (O)










