Si el Gobierno quería lavar su cara después de la calamitosa declaración presidencial, seguida por la medida xenófoba de conformar brigadas para perseguir a los venezolanos, no cabía otra decisión que la emitida desde Davos. Era absurdo que Ecuador mantuviera ingenuas y estériles propuestas, como convocar a un plebiscito para decidir sobre la validez de las elecciones en que se reeligió a Nicolás Maduro. Esa posición reflejaba las contradicciones internas y el temor que aún infunden en Carondelet las posibles consecuencias de una ruptura definitiva con el correísmo. Finalmente, se atrevió a dar un pequeño paso hacia el realismo político. Habrá que ver si comienza a hacer lo mismo en lo interno, donde la indecisión es la bandera que guía el estancamiento gubernamental. Pero, ese es otro tema, ahora la atención está en Venezuela.

El problema venezolano tomó otro rumbo cuando la Asamblea Legislativa activó el procedimiento de sustitución presidencial. Un primer efecto de esa medida fue colocarles a Maduro y sus seguidores en el campo del debate constitucional y legal. Allí tienen menos margen de maniobra y el tema les resulta prácticamente desconocido. La iniciativa pasó a manos de la oposición y ahora depende principalmente de ella que pueda mantenerla. Un segundo efecto fue trasladar el problema al tablero del ajedrez mundial. Desde la lejana paz de Westfalia se sabe que el reconocimiento de los gobiernos por sus pares vale casi tanto como el que, fronteras adentro, les dan sus propios habitantes. Por ahora, el gobierno interino de Juan Guaidó ha logrado alinear a la mayoría de países latinoamericanos y europeos, pero encuentra la barrera de Rusia y China, dos piezas claves en el equilibrio internacional. También cuenta con el apoyo de los Estados Unidos de Trump, que puede ser un regalo envenenado (mucho más con amenazas como las del senador Rubio).

Un tercer efecto se encuentra en el campo militar. Hasta ahora, Maduro ha logrado controlar ese frente, que ha sido un factor de primera importancia en todo el proceso bolivariano. Por su propia trayectoria y por perspicacia política, Hugo Chávez siempre supo que las Fuerzas Armadas eran clave para definir el rumbo de su revolución. Sin mayores luces y por propio instinto de conservación, Maduro mantuvo esa línea que, entre otras medidas, consiste en entregar prebendas a la cúpula militar y convertirla en socia de decisiones y actos corruptos. Los escasos episodios de desacuerdo, e incluso las dos o tres asonadas fallidas, no pueden tomarse como muestras de insatisfacción ni de ruptura interna. Ese es un agujero negro que solamente se despejará si los otros dos factores –el debate legal y el reconocimiento internacional– adquieren la suficiente fuerza para llevar a los militares a poner por delante la supervivencia de su institución. Lo contrario sería que se dejen arrastrar hacia el caos por el convulso final del gobierno, pero hay que aceptar que no siempre se impone la razón.

Los siguientes pasos se jugarán en esos tres frentes y en las calles. La responsabilidad es continental, y Ecuador está incluido.

(O)