Mantengo la costumbre de obligarme cada año a la lectura un libro “pesado”, un volumen grande, a veces de denso, que requiere concentración. No ha sido una mortificación. Gracias a este pequeño esfuerzo de voluntad he disfrutado de maravillas como En busca del tiempo perdido, Cuarteto de Alejandría, Obras completas de Borges y Shakespeare, y otros monumentos. Para 2018 escogí un libro distinto, que hace tiempo me tentaba en la estantería. Su tamaño no es despreciable (882 páginas) y tiene un nivel superior de complejidad. Trabajo y tiempo me ha costado. Se trata de Godel, Escher, Bach, del científico y filósofo Douglas F. Hofstadter.

Tiene un subtítulo: Un eterno y grácil bucle. En el original en inglés dice An eternal Golden Braid, que traducido literalmente significa “una eterna trenza dorada”. Y así constaba en la primera edición en español pero, por sugerencia del propio autor, los traductores lo cambiaron al que tiene actualmente, pues el subtítulo en inglés jugaba con las iniciales E, G, B, correspondientes al título principal y se buscó en español una frase que haga lo mismo. Estas peripecias de traducir el mero título ya dan una idea de los curioso y complicado del libro. Sintéticamente digamos que se basa en las analogías entre el teorema matemático de Godel, la música de Bach y los dibujos de Escher. Sin duda el lector oyó a Bach y es probable que haya visto obras del dibujante holandés Escher, como unas manos que se dibujan simultáneamente la una a la otra. Por eso le recuerdo, de forma sucinta y tosca, lo que sostiene el teorema de Godel: un sistema lógico no puede demostrarse como válido desde sí mismo. En un punto toda estructura de pensamiento tiene que recurrir a un sistema externo o a una “cuestión de fe”.

No se queda en un desciframiento de estas analogías, sino que se remiten a la computación y su lenguajes; se intercalan unas fábulas en las que Aquiles, la tortuga y el cangrejo elaboran extravagantes fantasías; acude a las paradojas del zen; se analiza la estructura del ADN, que es un bucle, según las matrices que surgen de estas reflexiones... pero también discurre sobre la posibilidad de la inteligencia artificial y de que la consciencia sea generada por una especie de programa informático. Sin pretender sostener que he descifrado por completo tan abigarrado mosaico lógico-matemático-plástico-musical, encuentro que estos dos puntos señalados no tienen una argumentación convincente. Se remite al test de Turing, que dice que una máquina es inteligente si en una conversación una persona puede confundirla con un humano. Allí no coincide con lo que entiendo por inteligencia. Con respecto a la conciencia polemiza, sin llegar a rebatirlo, con el filósofo J. R. Lucas, quien sostiene que no puede demostrarse que la conciencia ha sido diseñada informáticamente. Por supuesto que estos dos temas no son de ninguna manera el objetivo de una obra tan diversa y vasta, que me ha planteado interrogantes y tareas para lo que me queda de vida, que en todo caso será insuficiente.

(O)