Hace un poco más de dos años escribía en esta misma columna si los candidatos presidenciales querían seguir viviendo bajo el sistema opresor de un Estado obeso y centralista o si consideraban que había llegado el momento de pensar seriamente en el federalismo como una forma de organización política que establezca alianzas entre nuestras comunidades con el fin de unir realidades diferentes, a la luz de la cooperación y corresponsabilidad de quienes detentan estas diferencias, a favor de unos fines comunes. Ahora, ad portas de nuevas elecciones, considero necesario retomar este debate, más aún cuando el tema de la falta de equidad en la distribución de los recursos del presupuesto general del Estado (PGE) ha sido abordado de manera importante por distintos columnistas del país durante todo este año. Incluso este diario recogía hace dos meses que el 48% de los fondos oficiales de la Casa de la Cultura se quedaban en Pichincha, en detrimento del resto de los 23 núcleos provinciales que tenían que repartirse el restante 52%. (https://www.eluniverso.com/entretenimiento/2018/10/30/nota/7025441/tema-...).

Entrando en material, el término federar, en palabras de Victoria Camp, proviene de faedus que significa pacto, alianza. Para ella, un Estado federal es un Estado constituido a partir de la unión de una serie de territorios diversos o de la descentralización profunda de un Estado unitario, que sería claramente el caso ecuatoriano, pero a través de la distribución no solo de las competencias que antes eran del gobierno central, sino del poder y la soberanía entre los territorios que comprendería la federación.

Ahora bien, es importante tener claro algo, el federalismo es un acuerdo entre iguales que a su vez son diferentes. Una cosa es por tanto la igualdad y quizás mejor dicho la equidad que buscaría corregir las desigualdades sociales, económicas y culturales que hoy viven 23 provincias de este país, y otra cosa, las diferencias lingüísticas, religiosas o de costumbres que claramente sí existen en el Ecuador.

Al respecto, las desigualdades se deben corregir con políticas redistributivas que ejerzan una discriminación positiva a favor de los más desfavorecidos (cosa que en el Ecuador no ocurre con la famosa fórmula de la “equidad” que se inventó Correa en el Cootad); y, las diferencias, respetándolas y reconociéndolas, siempre que no contradigan ni se opongan obviamente a los derechos fundamentales que nos rigen.

Estoy convencido de que el desbordamiento de las facultades que tradicionalmente cabía atribuir al Estado solo puede ser neutralizado buscando nuevas formas de integración política, sobre las bases que proporcionan el federalismo y constitucionalismo, que, al decir de Javier Tajadura y Josu de Miguel Bárcena, son el instrumento eficaz para consolidar desde el punto de vista del constitucionalismo democrático, un proyecto ineludible e irrenunciable.

Concluyendo, si en el ámbito del debate presidencial el tema de las autonomías y el federalismo fue acomodaticiamente dejado de lado, resulta cuando menos interesante el hecho de que algunos de los candidatos a la Alcaldía de Guayaquil estén proponiendo la necesidad de dividir en distritos a la ciudad más diversa e importante del Ecuador a efectos de una más efectiva y oportuna prestación de servicios. Quizás sea el primer paso para construir ese gran sueño que muchos guayaquileños abrigamos, que es que Guayaquil se convierta en el primer Distrito Metropolitano del país y por qué no, la aurora gloriosa para constituir al Ecuador en un Estado federal. (O)

* Catedrático Universitario.

... un Estado federal es un Estado constituido a partir de la unión de una serie de territorios diversos o de la descentralización profunda de un Estado unitario, que sería claramente el caso ecuatoriano, pero a través de la distribución no solo de las competencias que antes eran del gobierno central, sino del poder y la soberanía entre los territorios que comprendería la federación.