Para muchos pueblos el vuelo era un sueño que se transformó en mitos, como el de Ícaro o el de Antarki. Tras milenios de experimentos, a principios del siglo XX se hizo realidad la fantasía. Ahora se discute si los hermanos Wright llegaron a volar ese legendario 17 de diciembre de 1903. El caso es que para la década del cincuenta el avión había desplazado al barco como principal medio de transporte de pasajeros. Vástago yo de una pareja que se conoció trabajando en una aerolínea, para mí las aeronaves y las actividades que en torno a ellas se desenvuelven tendrán siempre el encanto de la lejana infancia. Esta lejanía parece incrementarse con la pérdida del glamur y gracia que tuvo el transporte aéreo en el siglo pasado.

Viajar es maravilloso por el arribo a tierras que desconocemos o que amamos, pero en esa época el hecho del desplazamiento, el tiempo transcurrido en la nave era, en sí mismo, una experiencia placentera. Este disfrute se complementaba con la atención esmerada en oficinas y aeropuertos. Las imágenes de pilotos y azafatas eran símbolo de amabilidad y un ícono sexy. La comida a bordo era aceptable y las compañías de aviación siempre daban pequeños obsequios. Todo eso se perdió. Las expectativas de un futuro supersónico desatadas por el Concorde no se cumplieron y la velocidad de los modernos aeroplanos de línea se mantiene en torno a los mil kilómetros por hora. No, no es posible que un funcionario lo atienda personalmente, hágalo por internet o cállese. Es verdad que en la actualidad volar es más barato y, sobre todo, muchísimo más seguro, pero también notoriamente más incómodo, sobre todo para nos el proletariado de clase turista, expuesto a trombosis venosa por inmovilidad de las extremidades. Obsequios, ni la sonrisa. La comida se reduce a snacks rara vez bien preparados. Y en vuelos de dos horas o menos, ni agua. La cortesía de las tripulaciones, en el mejor de los casos, parca. No acuso a una empresa en particular, es un problema que aqueja a toda una industria, cuyos estándares de trato al cliente fueron en tiempos mejores referencia para todo el sector de servicios.

Es tal la caída en este sentido que en muchos casos se ha llegado a la violencia física contra pasajeros. Madres obligadas a cargar durante horas a sus hijos en la falda a pesar de haber pagado medio pasaje, ¡con amenaza de cárcel si no lo hacían! Personas lesionadas por golpes para forzarlas a abandonar su avión porque no quisieron hacerlo “de a buenas” a cambio de una compensación en dinero. Acoso sexual a pasajeros por parte de tripulantes... son casos inusuales, disrupciones extremas de una actitud poco amistosa. Es verdad que son muchas más las agresiones de pasajeros a tripulantes, quienes cumplen en verdad tareas agotadoras, correspondiendo a las empresas tomar providencias para que no lleguen a exasperarse. Ojalá que con los años la tecnología pueda devolvernos el pasado encanto y la gracia del vuelo junto con la seguridad y precisión actuales. (O)