Así se titula un libro, recientemente lanzado con el auspicio de la Cancillería Nacional, en el cual varios actores en el proceso de la paz han dado versiones que tienen que ver con este tema tan trascendente en la historia del Ecuador: la relación con el Perú, y la firma definitiva de la paz en el gobierno de Yamil Mahuad.

Antes del lanzamiento circuló por las redes sociales a través del diario digital La República un artículo del Dr. Osvaldo Hurtado, el cual pude leer, que es parte del libro antes mencionado, y que se titula El largo camino de la paz, cuya lectura recomiendo y que se lo encuentra en el enlace: https://www.larepublica.ec/blog/opinion/2018/11/15/largo-camino-paz/.

Dicho artículo expresa algunas grandes verdades históricas, como el injusto tratamiento a Carlos Alberto Arroyo del Río y en especial al canciller Julio Tobar Donoso, como si hubiesen sido traidores al Ecuador. Ambos, bajo la presión de una invasión de la cual no fueron culpables, y ante la debilidad de la nación y de unas fuerzas armadas sin recursos, ante la inexistencia de vías de acceso a la región oriental y muchas décadas de no tener unas fuerzas armadas profesionales y bien equipadas no tuvieron otro camino que firmar el protocolo de Río de Janeiro. También el artículo desnuda muchos otros mitos de nuestra historia territorial y nos hace ver cómo en el devenir de nuestra vida republicana se han manoseado temas patrióticos, temas dolorosos y temas de profunda importancia nacional, con fines eminentemente políticos y por intereses partidistas y personales.

De hecho, si analizamos la tesis de la nulidad del protocolo de Río de Janeiro sostenida por varias décadas o la tesis de la “herida abierta”, concepto este último sumamente difícil de entender en su significado, vemos cómo estos aparecieron por necesidades o intereses políticos de sus mentores.

Presidí en mi calidad de vicepresidente de la República la misión que envió el Ecuador en ocasión de la beatificación de Narcisa de Jesús Martillo Morán. Para esa época se mencionaba mucho en el Ecuador que se había logrado una aceptación del Vaticano para un posible arbitraje papal. Había una gran expectativa sobre esta posibilidad. Más aún, se había hecho creer la idea de que esto daría al Ecuador la razón en sus tesis o que abriría puertas insospechadas. Muchos soñaban que ese arbitraje nos pondría en el Amazonas y que sería tan exitosa como el muy difícil pero finalmente aceptado arbitraje entre Chile y la Argentina.

Aprovechando la visita a Roma, el canciller Diego Paredes, el embajador ante el Vaticano Francisco Salazar, y mi persona, sostuvimos en forma muy reservada y sin prensa ni anuncios sobre la misma, una reunión con el entonces canciller del Estado Vaticano, cardenal Jean-Louis Tauran, recién fallecido, y quien fue el cardenal que anunció el nombramiento del papa Francisco.

Abrí la reunión agradeciendo por el diálogo que nos era permitido y expresando la voluntad del Ecuador de aceptar el arbitraje del santo padre. La respuesta tajante, rápida y clara del cardenal fue: “No hemos pensado en un arbitraje. Estaríamos abiertos a una mediación, es decir a acercar a las partes al diálogo, pero cualquier cosa sobre la base del protocolo de Río de Janeiro”.

No había por lo tanto ningún arbitraje en marcha, ni existía ninguna posibilidad de arreglo que no fuera la de resolver aquello que dentro del protocolo era el único problema: la existencia del río Cenepa, que no estaba contemplada en la delimitación original del protocolo.

Cuando el presidente Durán-Ballén con valentía y sentido patriótico reconoció la vigencia del protocolo, y enfatizó la importancia para un acuerdo de la acción de los países garantes, hizo lo que era correcto, y lo que, luego del triunfo militar del 95, permitió cerrar la frontera con dignidad.

El testimonio histórico, que expreso a través de este artículo, demuestra una vez más lo fácil que es tener percepciones equivocadas y confundir a la opinión pública en temas de gran trascendencia para el país. Hacia el año 1992 se tenían expectativas irreales o fantasiosas. Se habían generado aspiraciones que no eran ciertas y se había puesto a la opinión pública a esperar hechos que no iban a suceder.

Los veinte años de la paz y el análisis de nuestra historia territorial que se cierra con la firma de los acuerdos definitivos con el Perú deben hacernos reflexionar más allá del problema territorial en sí mismo, sobre la esencia del quehacer político, que es servir, que es buscar el bien de una nación, y no jugar con los intereses nacionales de acuerdo con las conveniencias de tal o cual momento, de tal o cual persona, o de tal o cual partido o agrupación. (O)

 

*Exvicepresidente de la República