Bandos políticos siguen disputándose parcelas de poder en la universidad más grande del país y causándole afrenta. La universidad es la institución de enseñanza superior que confiere grados académicos, es decir, que forma profesionales; pero en un sentido más profundo, la universidad debería entrar en el estudiante que la cursa para dotarlo de enseñanzas que lo enaltezcan, convirtiéndolo en un ser de calidad humana e instrucción superiores.

En la Universidad de Guayaquil esa aspiración se derrumba cuando apreciamos la vergonzosa situación que está atravesando: la intervención a la que fue sometida no resultó eficiente; el rector, destituido por la Contraloría debido a irregularidades en el otorgamiento de títulos, pretendió aferrarse al cargo mediante artificios legales cuestionados; la vicerrectora que se aprestaba a sustituirlo fue desconocida; ante la pugna por la designación de nuevas autoridades, la Policía fue llamada a resguardar el orden. Entre los opcionados, dos requisitos deberían ser básicos: probidad notoria y eficiencia administrativa. (O)