El reciente laudo arbitral de la Corte de La Haya en contra del Ecuador, nos pone en evidencia ante el mundo. Nos descubre como un país donde el aparato de justicia puede forjar sentencias espurias con el patrocinio de un gobierno de turno, el mismo que lo utilizará para promocionarse ante todo el planeta. Una cadena de actos perversos, donde lo que menos importa es el perjuicio de las verdaderas víctimas: los ecuatorianos de las zonas afectadas por los derrames de petróleo en nuestra región amazónica desde hace décadas. El laudo arbitral de La Haya desnuda nuestra inercia e inconsistencia, donde a los ciudadanos no nos importa nada de esto, quizás porque estamos malacostumbrados a la demagogia de nuestros líderes, a la corrupción endémica de nuestro sistema judicial, y a la práctica política como un montaje teatral y no como un debate de ideas y propuestas.

La comedia “La mano sucia de Chevron” costó millones de dólares en propaganda, y en contratos a actores famosos para que hagan lo que saben: actuar y cobrar. Pero la representación se volvió en contra de los verdaderos perjudicados por la contaminación de su hábitat, porque su justa causa pasó a segundo plano ante los alegatos de Chevron. El laudo de La Haya ignora a las víctimas y condena los viciados procedimientos judiciales. Se limita a castigar la chapucería de un sistema judicial, en el que el Gobierno igualmente chapucero de Rafael Correa metió su “mano sucia” en función de sus intereses. Injusto con los perjudicados, porque allí no se discutía su causa, el laudo de La Haya castiga a todo un país y descubre una de las razones fundamentales de nuestro subdesarrollo: la precariedad y absoluta falta de confiabilidad e independencia de nuestro sistema judicial.

¿Por qué nuestro sistema judicial es endémicamente corrupto e incompetente para hacer justicia y sostener la ley? Porque nos representa a los ecuatorianos: tenemos la justicia que merecemos y ello resulta irónicamente justo. Alguna vez escribí en esta columna que la viveza criolla, aquella versión “light” y folclórica de la perversión, forma parte del lazo social entre los ciudadanos de este país. Por una suma de razones idiosincráticas, los ecuatorianos tenemos una precaria y volátil inscripción en la ley. Somos una nación de leguleyos y tinterillos aficionados, incluyendo a muchos con diplomas de abogados, que nos relacionamos con la ley, con sus agentes, y con el aparato judicial que la administra, de manera clientelar, oportunista y sujeta a conveniencia personal. La “mano sucia” que Rafael Correa le metió a la justicia ecuatoriana, también nos representa.

Y ahora, ¿quién indemnizará a los ecuatorianos que han sufrido enfermedades catastróficas y pérdida de su calidad de vida, por causa de los derrames petroleros producidos por Chevron y otras empresas, en nuestra región amazónica? ¿Los causantes, el gobierno anterior, sus propagandistas enriquecidos, Donzinger y Fajardo, Danny Glover y Mia Farrow? Lo haremos insuficientemente los ecuatorianos, y seguiremos a la cola del planeta mientras no tengamos un aparato de justicia confiable. Es decir, mientras no incorporemos la ley desde que nacemos. O sea, mientras no aprendamos a asumir la castración simbólica y nuestra responsabilidad subjetiva para crecer como individuos y como nación.(0)