El escándalo provocado por las denuncias de casos masivos de abusos sexuales por parte de clérigos católicos pedófilos en Estados Unidos, Chile, Ecuador... en todo el mundo cristiano, provocará una crisis en la Iglesia romana y debe provocarla. Este pecado no es un hecho nuevo, casos así se han dado por siglos y cosas parecidas también se han encontrado en otras religiones o en entidades laicas, pero esto no excusa a la institución actual. Todo lo contrario, la Iglesia está llamada a ser perfecta. Si no puede mejorar con el paso de los milenios o si sus miembros no son más confiables que los entrenadores de un club deportivo, realmente cabe preguntarse sobre la autenticidad de su mensaje salvífico. Esta no será la primera gran crisis que afronta, hubo varias, muy fuertes a lo largo de la historia, de las cuales supo salir renovada y, con más precisión, purificada. Habrá que desprenderse de los miembros corruptos con celo apostólico y retomar la ruta marcada por el Evangelio. La táctica del encubrimiento, a pretexto de no causar escándalo, para dar la imagen de una clerecía impecable, a más de ser perversa no ha funcionado y se ha vuelto en su contra.

¿Una fe es más verdadera por el número de adherentes o por la calidad del testimonio de sus fieles? Dios se basta a sí mismo, no necesita de la Iglesia, esta fue erigida para los hombres, para que en su patética flaqueza pudieran reencontrarse con el plan de la creación. Cada vez se discute menos y se admite más que quienes fuera de este “cuerpo místico” actúan en conformidad con ese plan, deben considerarse “salvos”, es decir, integrados en el proceso de retorno a Dios del Universo. Que unos cuantos se extravíen en esa ruta que viene de Él y va hacia Él, no cambia su trazo. El Ser Supremo no está en gira electoral para ganar adeptos. Una severa reforma, que tiene que ir muchísimo más allá de la rigurosa sanción a los clérigos pedófilos, traerá deserciones y hasta cismas, pero son pérdidas que deben ser bienvenidas.

Estos casos terribles de abusos, en su atrocidad, son apenas la punta del témpano. Hay gran insatisfacción entre los católicos por la escasa espiritualidad a la que acceden los fieles. A la vez, y esto no es contradictorio, no se consideran entendidos en las nuevas circunstancias del mundo. Se ofrecen mensajes anodinos y la calidad del clero se ha deteriorado. Los sacerdotes que siempre fueron los líderes de sus comunidades han perdido ese papel. Todo esto con excepciones notables, no raras pero tampoco abundantes. Habrá que repensar los modos de su selección, su condición y su formación. Parecería que se están reclutando individuos de cualquier nivel, con tal de que sean capaces de tolerar la carga del celibato que, muchas veces, es una mera cáscara que encubre un angustioso vacío espiritual, una dudosa moralidad y una lamentable pobreza intelectual. Pidamos sabiduría y fortaleza para afrontar los desafíos de estos tiempos. Sancta María, sedes sapientiae, ora pro nobis. (O)