En las vías del Ecuador se viene presentando una exagerada cantidad de accidentes de tránsito, sin que autoridades hayan podido atinar a las causas fundamentales. Se han diseñado múltiples pruebas que tienen que ver con las reglamentaciones de la ley respectiva, como la capacidad de sensopercepción, la habilidad motora, etcétera, pero no apuntan al verdadero problema que condiciona que se mantengan niveles altos de accidentes que pueden ser prevenidos.

En mi especialidad médica es común encontrar, en forma frecuente, pacientes que no deberían obtener la licencia de conducir por dos hechos: a) inmadurez de los lóbulos frontales del cerebro, y b) negligencia al conducir por malos hábitos adquiridos.

Con relación al ítem a), los lóbulos frontales tienen un proceso de maduración neurofisiológica tardía, en las mujeres entre los 18 y 20 años y en los varones entre los 22 y 26 años, muchas personas no logran este objetivo porque padecieron eventos físicos, emocionales o tóxicos en forma temprana que impidieron el proceso madurativo. Los lóbulos frontales nos diferencian de los otros seres del mundo animal, ya que son el asiento de la capacidad del buen juicio y buen criterio, de los códigos éticos y sociales, del control medido de los impulsos y de los sentimientos altruistas como la empatía y el respeto por los demás; si no funcionan adecuadamente, la persona afectada mantendrá una conducta potencialmente agresiva como conducir un vehículo haciendo gala de prepotencia egoísta, e irrespetando las leyes morales y de tránsito, transformando el arte de conducir en un acto de perversión homicida.

Con relación al ítem b), el conductor elimina el miedo de transgredir las leyes de tránsito, repitiendo en aproximadamente dos semanas un acto doloso o peligroso, como no obedecer un disco “Pare”, pasarse una luz roja, hablar o enviar mensajes por teléfono mientras conduce, pasar a otros vehículos en curvas, etcétera. Esto desensibiliza el miedo inicial y termina transformándose en un mal hábito adquirido y se convierte en violador crónico de las leyes de tránsito.

Para lo primero, los psicólogos clínicos pueden aportar con exámenes tipo test que cuantifiquen la agresividad, la tolerancia a la frustración y la capacidad al buen juicio y criterio, así como los elementos de moralidad de la conducta y que reflejan el grado de madurez alcanzado por los lóbulos frontales del cerebro. En los casos de sospecha de disfunción frontal, la evaluación electroencefalográfica mostrará lentificación difusa de la actividad eléctrica cortical en las áreas anteriores del encéfalo o disturbios eléctricos de tipo epileptogénico.

Para lo segundo, el examen práctico debe de cambiar de metodología, con seguimiento proximal del examinador al conductor, para ir detectando los fallos al conducir que este realice y sus habilidades complementarias al acto de manejo apegado a la ley. Creo que sin estas condiciones básicas incluidas en la valoración técnica de conducir un vehículo, es ingenuo pensar que podremos reducir los accidentes de tránsito y los fallecimientos por negligencia o por exceso de agresividad social, que se han transformado en norma cultural aberrante en nuestra sociedad actual. Aleatoriamente podrían incluirse exámenes de laboratorio clínico cuando exista sospecha de consumo de drogas estupefacientes, ya que estas afectan sensiblemente las funciones del cerebro humano.(O)

Pedro Benjamín Posligua Balseca, doctor neurosiquiatra, Guayaquil