El lenguaje político sobre el cambio climático a menudo equivale a palabras vacías: grandes promesas que no se van a cumplir, y una retórica ambiciosa que resulta imposible de lograr.

Por lo tanto, es notable que el ex primer ministro australiano Tony Abbott admitiera que Australia no habría firmado el Tratado de París si hubiera sabido en 2015 que los Estados Unidos se retirarían, y que intentar alcanzar los objetivos nacionales perjudicaría a la economía.

Esto comienza con el Tratado mismo, que promete mantener el aumento de la temperatura del planeta en 2 ºC. El organismo de Naciones Unidas que supervisa el Tratado de París estima que, incluso si cada uno de los países de la Tierra (incluyendo los EE.UU.) cumpliera todas las promesas nacionales para el año 2030, el recorte total de gases de efecto invernadero equivaldría a solo 60.000 millones de toneladas de CO (monóxido de carbono)2, lo que representa el 1% de lo que se necesita para alcanzar el objetivo de 2 °C. En París, muchos gobiernos hicieron promesas que no han cumplido porque se están dando cuenta de que esto tiene un costo. De hecho, la investigación realizada el año pasado en Nature reveló que “ningún gran país industrializado avanzado está en camino de cumplir sus promesas”. Mientras tanto, las naciones más pobres mantienen su objetivo solo porque prometieron muy poco.

Teniendo en cuenta el costo total para la economía, la factura de la UE para recortar el 20% para 2020 asciende a unos 209.000 millones de euros (245.000 millones de dólares) anuales. Su política mucho más ambiciosa de reducir las emisiones en un 40% para 2030 costará probablemente 574.000 millones de euros (674.000 millones de dólares) al año.

Sin embargo, el beneficio será cada vez menor. Mi análisis, revisado por pares y publicado, muestra que las promesas de París de la UE para 2030, plenamente cumplidas y respetadas a lo largo de todo este siglo, reducirán las temperaturas globales en 0,053 °C para el año 2100.

Solo este año se gastarán más de 100.000 millones de dólares en subsidios para la energía solar y eólica, pero esta tecnología cubrirá menos del uno por ciento de las necesidades energéticas del planeta.

El Tratado de París no es la respuesta correcta, pero se necesita una solución que no pasa por abandonar el Tratado como hizo EE.UU., sino en oportunidades como la propuesta por el filántropo Bill Gates, quien anunció la creación de un fondo de innovación en energía verde respaldado por particulares y por alrededor de 20 gobiernos, que duplicará la I+D mundial en energía verde.

Esto debería ser solo el principio. Los galardonados con el Premio Nobel por el proyecto Copenhagen Consensus sobre el Clima descubrieron que no solo deberíamos duplicar la investigación y el desarrollo (I+D), sino aumentarlo seis veces, para conseguir al menos 100.000 millones de dólares al año. Esto seguiría siendo mucho más barato que los recortes propuestos en París, y en realidad tendría la perspectiva de tener un impacto significativo en los aumentos de temperatura. Lo haría sin asfixiar el crecimiento económico, que sigue sacando a cientos de millones de personas de la pobreza.

La ambición de innovar en fuentes de energía verdes debe estar en el centro de las políticas climáticas de los países. No se trata de subvencionar paneles solares y turbinas eólicas ineficientes, sino de invertir en avances tecnológicos viables que puedan ayudar a la energía solar, eólica, de fusión, de fisión, de biomasa artificial y a las muchas otras tecnologías prometedoras a lograr los avances necesarios.

Saber que el Tratado de París no debería haberse firmado es quizás sorprendente, pero es hora de aprender de las fallas del tratado y de asegurar que las futuras decisiones políticas se basen en la realidad económica. (O)

El Tratado de París no es la respuesta correcta, pero se necesita una solución que no pasa por abandonar el Tratado como hizo EE.UU., sino en oportunidades como la propuesta por el filántropo Bill Gates, quien anunció la creación de un fondo de innovación en energía verde.