Hace pocos días el INEC confirmó lo que ya todos conocíamos: la pérdida de empleo formal, el incremento del subempleo y el agravamiento de los niveles de pobreza en el Ecuador. En esta situación alarmante, la rehabilitación del sector agropecuario ya no es solo una necesidad para la recuperación económica nacional, sino también una coacción urgente para ayudar a solucionar el problema del desempleo.

Cada unidad productiva rural en actividad genera diversas oportunidades laborales que se multiplican en proporciones geométricas, y aunque la mayoría no puede considerarse como empleos porque son trabajos informales, eventuales y sin relación de dependencia, sí benefician a nuestros campesinos al permitirles ganarse el pan de cada día con sus propias experticias, aprendidas por trasferencia ancestral.

Por pequeña que sea la finca, su operación demandará mano de obra en cantidades variables por los tipos de cultivo y otras particularidades, pero podríamos resumir algunas básicas como por ejemplo: la roza y limpieza manual de cada hectárea demandará un equipo de mínimo cinco jornaleros; al menos dos personas para calificar, desinfectar y clasificar la semilla; para la jornada de siembra se ocuparán por lo menos seis personas, y para la época de cosecha aumentará a diez el número.

Pero entre la siembra y la cosecha se necesita más personal para otras labores agrícolas, como aporque, tutoreo, deshierba, raleo, fumigaciones, fertilización, riego, limpieza de canales, reconstrucción de taludes, limpieza de pozo, detección y control de plagas, y otras labores que son específicas para cada cultivo.

Otras oportunidades paralelas se activan alrededor de las anotadas: la señora que prepara las “tongas” para vender a los jornaleros durante sus descansos; la vecina con los refrescos de tamarindo; el atarrayero que pesca para proveerle a la madrina que prepara los bollos; las señoras especialistas en reparar los saquillos de yute, que al igual que las cajas de “latillas” servirán para recoger la cosecha.

La rehabilitación productiva provoca también empleos formales, por ejemplo el tractorista que preparó el terreno para la siembra; un nuevo dependiente de la tienda porque se incrementaron las ventas; los tres nuevos estibadores de la bodega que se necesitaron para organizar y movilizar mayor cantidad de carga; el nuevo chofer que se contrató para el camión que ahora tiene mucha demanda; la nueva cajera y el nuevo bodeguero para la tienda de insumos agrícolas que ahora ha tenido que abrir dos horas más al día.

Las casas proveedoras de insumos, equipos y maquinaria agrícola, contrataron entre todas a no menos de veinte nuevos profesionales agrícolas como asesores y vendedores; el mecánico del pueblo contrató dos nuevos oficiales para la reparación y mantenimiento de las bombas de agua, las mochilas de fumigar, los tractores agrícolas, los molinos, las picadoras, las desgranadoras y los generadores de electricidad.

Pueden no calificarse como empleos, pero las oportunidades laborales cubren la necesidad urgente de los más pobres. Forcemos primero la rehabilitación del sector para después organizar la calidad laboral; que no es el momento para imponer obligaciones patronales cuando la rentabilidad de las pequeñas y medianas unidades agropecuarias ha desaparecido.

Estos trabajos informales, eventuales, sin beneficios sociales, pueden ser precarios pero disminuyen enormemente la desocupación y permitirán a los pobres sobrevivir al menos, hasta que nosotros los “ciudadanos de primera clase”, aprendamos a trabajar desde nuestras responsabilidades públicas y privadas, con solidaridad y no con avaricia. (O)