Y continúa el título del libro La novela ecuatoriana en el siglo XX. Frente a piezas de tanta enjundia –487 páginas, bibliografía inmensa, anotaciones de página complementarias, índice exhaustivo–, una empieza por preguntarse por el esfuerzo que ha supuesto publicarlo. ¿Representa para su autora una carta de presentación, un carné de identidad, un punto magno en una hoja de vida? Eso veo en esta suma de logros que es la tesis doctoral de Alicia Ortega Caicedo, al mismo tiempo que contribución esencial al estudio de nuestra novelística.

Leer Fuga hacia dentro supone varios desafíos, según desde donde se lo vea. Para el estudioso de literatura ecuatoriana es una puesta al día de sus asentados conocimientos de un siglo de novela de nuestro país, pero llevándolo de la mano a que haga conexiones y a que integre lo fragmentario del listado de obras y autores, a una visión macro de la historia y los procesos de desarrollo político-sociales del Ecuador. La primera gran novedad, cuando arranca desde el fenómeno de ingreso del liberalismo –con punto de partida literario en la novela A la costa–, es analizar los vínculos entre narradores y ensayistas de la Generación del 30. Acostumbrados a consumir cuentos y novelas, los lectores y más todavía, los profesores de secundaria han privilegiado el producto narrativo y dejado de lado los pronunciamientos críticos de los miembros del Grupo de Guayaquil: José de la Cuadra, Pareja Diezcanseco, Gallegos Lara nutrieron a sus compañeros con la mirada analítica que entretejió valoración e impulsó creatividad.

La labor crítica también fue emprendida por aquellos que principalizaron en su palabra el trabajo de análisis: desde Benjamín Carrión a Hernán Rodríguez Castelo, desde Isaac Barrera al P. Espinosa Pólit –tan desinteresado por la literatura nacional–, desfilan por las páginas de Ortega haciéndonos reparar en que el frecuente reclamo por la crítica en nuestro país no tiene puesto. Cada momento de desarrollo ha tenido las voces de estudiosos que han dado cuenta –para impulsar o rechazar, según los puntos de vista personales– del hecho literario del momento.

Punto ejemplar del quehacer crítico fue Agustín Cueva, intelectual de izquierda que aportó páginas muy esclarecedoras para ver el producto literario signado por la colonialidad (como hoy diríamos) con su correspondiente conciencia feudal. Ortega es exhaustiva cuando incluye las discusiones de Cueva en torno de la narrativa de Pablo Palacio y de Jorge Icaza, y la polarización de posiciones que se dio junto al par de escritores.

La segunda mitad del siglo XX, que acoge a lo que se llamó la Nueva Narrativa Ecuatoriana, tiene largo puesto en las preocupaciones de la autora. Entre Marx y una mujer desnuda (1976) parece el texto que concentra todo cuanto ocupaba la mente del intelectual cruzado por las tensiones de la creatividad, el erotismo y la identidad; las novelas de los ochenta son vistas como las plataformas ficcionales de las ciudades en crecimiento; las de los noventa combinan búsquedas fuera de las fronteras nacionales (caso de El viajero de Praga, de Vásconez) o internautas (caso de Acoso textual, de Raúl Vallejo).

Los aspectos dignos de comentarse con múltiples. Aquí, solo llamo la atención general por un libro valioso al que tendrá que acudir todo aquel que quiera mirar la novelística ecuatoriana fundamental.(O)