El posicionamiento de una ciudad en el mercado turístico mundial está de moda. El caso de Barcelona fue paradigmático ya que luego de las Olimpiadas de 1992 el futuro de esta ciudad quedó marcado para siempre. El balance –números en mano– es imposible de soslayar. París, Madrid o Barcelona no solo que son las ciudades preferidas para visitar por millones de turistas al año, sino que, conforme nos lo explica la Organización Mundial de Turismo, estos destinos junto con el resto de la Unión Europea representan el 40% del total mundial. Es más, en el caso de España, llega a representar el 11% de su PIB.
Ahora bien, ¿recibir más visitantes por año es la meta que todo gobierno local debe buscar para, con los ingresos que se generen por esta actividad, mejorar las condiciones de vida de sus habitantes y en tal virtud disminuir las necesidades básicas insatisfechas de una población? La respuesta a esta interrogante es afirmativa, pero no a cualquier precio. Hoy en día muchas ciudades de Europa están viviendo un fenómeno urbano que es el desplazamiento o reemplazo de población existente en un área central de una ciudad por otros habitantes de mayores ingresos. Esta transformación, que se llama originalmente gentrificación toma el nombre de turistificación cuando el desplazamiento lo producen los turistas que buscan pernoctar donde antes vivían familias que quizás durante años lo hacían en dichos barrios antes de la proliferación de los turistas.
En el caso del Ecuador en general y de Guayaquil en particular es de agradecer que estos desplazamientos sociales no se hayan producido y difícilmente se vayan a producir en el corto o mediano plazo. Tanto en el barrio Las Peñas como frente al Malecón Simón Bolívar, dos de los lugares más emblemáticos de la ciudad, la convivencia entre comercios, viviendas y hotelería se realiza sin mayores dificultades y en orden, toda vez que Airbnb aún brilla por su ausencia en estas zonas de la ciudad, situación que por cierto no es igual en Puerto Santa Ana, donde hoy existen alquileres de departamentos hasta por veinticinco dólares diarios, lo que sin duda demuestra una clara distorsión en el mercado de alquiler que debe comenzar a ser regulado por los municipios de forma inmediata.
En conclusión, no es procedente buscar atraer turistas sin medir las consecuencias de los impactos que se pueden producir a futuro. Si bien el turismo genera empleo –Guayas es la provincia que más plazas de empleo genera en el país, según una última estadística de la CFN, por encima de Pichincha (https://www.cfn.fin.ec/wp-content/uploads/2017/10/Ficha-Sectorial-Turismo.pdf)–, incrementa los ingresos económicos en la ciudad, reduce las migraciones por falta de trabajo, etcétera, estas bondades no ocultan otras realidades como el incremento en el consumo de agua, de energía, la destrucción de paisajes, el aumento de la producción de residuos y aguas residuales, la creación de un modelo económico especulativo, etcétera, por lo que si bien Guayaquil puede mejorar en el ámbito de su posicionamiento como atractivo turístico, la recomendación es que lo haga de forma sostenible, con el objeto de evitar los fenómenos urbanos que hoy se producen en Europa, como la turistificación que en algunos casos, como Barcelona, ha llegado a una auténtica turismofobia. (O)
* Catedrático de Ordenamiento Territorial.