El 1 de julio de 2016, en este mismo espacio, publiqué una columna titulada ‘Alguien tiene que perder’. El domingo anterior la selección argentina comandada por Gerardo Martino había perdido la final de la Copa América por penales en Nueva Jersey. Esta vez ‘Alguien tiene que perder’ va por el Mundial de Rusia, del que Argentina se volvió después de perder contra Francia en octavos de final, derrotada con justicia y con goles... y eso no quiere decir que la Argentina no haya hecho todo lo que pudo, pero pudo menos y los franceses fueron mejores.

Es una regla universal de todo deporte: para que unos ganen otros tienen que perder. Parece perfectamente lógico, pero todavía le falta algo a esta lógica, porque uno gana si el otro pierde solo en un partido de uno contra otro. En cambio, en una copa, un torneo o campeonato, el que gana es uno solo contra una cantidad casi siempre bastante abultada. La selección campeona del mundo de fútbol será una sola, de 211 asociaciones nacionales que componen la FIFA; una, de las 32 que llegaron a Rusia; y una, de las 16 que pasaron la fase de grupos. Así es la cosa: cuando uno gana es porque otro u otros pierden, y a veces esos otros son cientos o miles.

Nunca entendí a los que lloran cuando pierden, en cualquier deporte o juego, pero sobre todo en el fútbol. Ocurre no solo cuando la selección pierde antes de tiempo sino cuando los argentinos jugamos al fútbol entre amigos, en los clubes de barrio o en el campeonato de lo que sea: el que pierde llora y el que gana lo carga por unos cuantos días que pueden llegar a ser meses y hasta años. Ahora resulta que perdimos contra Francia y no nos acordamos que estuvimos a punto de quedarnos en la fase de grupos contra Nigeria.

El fútbol argentino apesta, por muchos de sus jugadores, por todos los dirigentes y por bastantes periodistas deportivos... y está claro que la selección padece la misma dificultad para organizarnos que tenemos todos los argentinos. Pero ganar y perder no tiene nada que ver con eso sino con que para que uno gane alguien tiene que perder... y a veces te toca. Perder no es cuestión de probabilidad sino de certeza. El espíritu deportivo y el fair play suponen que se gana y se pierde y que la primera obligación del perdedor es felicitar al ganador y alegrarse con su triunfo.

Hace unos años a los que no sabían perder les decíamos malos perdedores y daban vergüenza, y no se entiende que si son la mayoría los que pierden, sean tan pocos los que saben perder de verdad.

Quizá el drama de perder venga de la estúpida cultura de winners y losers, en la que los perdedores son denostados, acosados y hasta víctimas de bullying. Una desgracia porque la vida consiste en ganar y perder y perder y perder y perder y perder... y volver a levantarse cada vez para volver a intentarlo con dignidad y seguramente volver a perder y perder y perder... Quizá sea una mala idea interpretar nuestros himnos aguerridos antes de los partidos, porque el deporte no es la guerra, no defendemos el territorio ni la bandera, no nos jugamos la vida y tampoco la salud. A estas alturas lo único que corre de verdad en el fútbol son millones y millones de billetes.

Hace unos años a los que no sabían perder les decíamos malos perdedores y daban vergüenza, y no se entiende que si son la mayoría los que pierden, sean tan pocos los que saben perder de verdad.

No me diga que no sería sensacional una selección de fútbol que se alegrara con el triunfo de su contrincante y se adhiriera a la celebración de la victoria, como se ha hecho durante mucho tiempo en los deportes amateurs. Aun perdiendo nos iríamos de los campeonatos con toda la gloria. Y no le digo nada si salimos campeones...

Eso no quiere decir que no hay que tratar de ganar en cualquier deporte, pero hay que hacerlo cumpliendo las reglas. Y cuando se pierde –que será muchas veces– hay que perder como damas o caballeros, con hidalguía. Porque lo importante en la vida no es ganar ni perder sino volver a intentarlo, una y otra vez. (O)