La última disposición de la máxima autoridad de educación (Acuerdo No. Mineduc-Mineduc-2018-00067-A), que prohíbe el envío de tareas escolares a la casa durante los fines de semana y feriados, seguramente estará respaldada en un estudio técnico-científico-pedagógico. Conocemos experiencias de sociedades avanzadas como la finlandesa y otras europeas, emuladas por instituciones nacionales, cuyos entornos (niveles socioeconómicos clientelares) cuentan con recursos para la optimización del tiempo libre y aplicación de herramientas tecnológicas de punta; lo que nos congratula pero en nada se compadece con nuestra realidad.

La viralidad invasiva de la tecnología que ha irrumpido abruptamente en nuestra sociedad, ha provocado un shock en la cultura cuyo proceso de adaptación y asimilación (Piaget) aún no termina, y para lo que no estuvimos preparados los maestros y hemos tenido que enfrentar. La tecnología es útil en la educación mientras no sea un distractor, no divida a la familia, genere una cultura de cambios positivos, sea un factor de desarrollo y bien común, facilite los aprendizajes significativos en estudiantes. Los “aprendizajes significativos” de los que hablan Piaget y Vygotsky (constructivistas), por experiencia solo se logran con repeticiones o ejercicios (tareas escolares) que fijan los conocimientos. Piaget sostiene que el conocimiento es un “proceso individual”, Vygotsky afirma que se adquiere por “interacción social”. Desde luego, si el niño o el adolescente no están listos para recibir el conocimiento, lo que intente enseñar el profesor será un “aprendizaje vacío” según Piaget. Vygotsky da importancia a la ayuda de los adultos (profesor-padres), a lo que llama “participación guiada”. Aquí está el argumento científico en que me engancho para defender las tareas escolares, y el productivo uso del tiempo libre en casa, mientras sean dosificadas no solo refuerzan el conocimiento con base en la rutina y ayuda, sino que cumplen con el propósito de acompañamiento, interacción, flujo de sentimientos y emociones; sobre todo fortalecimiento de los vínculos familiares que están cada vez más débiles porque se delega a los colegios toda la responsabilidad con el paradigma interesado de que el maestro es el segundo padre y la escuela el segundo hogar. El niño tiene un solo hogar y los padres son sus primeros maestros. La escuela instruye y refuerza valores. Las dicotomías entre la escuela y la familia generalmente las patrocinan autoridades educativas superiores con absurdas disposiciones y estadísticas resultadistas.

Los procesos de enseñanza-aprendizaje normales de antaño no han caducado, solo se han actualizado con el tiempo. Los métodos siempre han sido flexibles; los recursos provienen de la creatividad; el debate, la exposición, las plenarias, los análisis grupales, etcétera, son viejas herramientas didáctico-pedagógicas del aula. En los currículos, las planificaciones generales y áulicas han cambiado solo sus nomenclaturas. No es nostalgia, es realismo, pero debemos mantener algunos códigos que funcionaron tradicionalmente, que no se oponen a los avances de la modernidad; más bien los complementan. Se ha dado el tiro de gracia a la enseñanza-aprendizaje. Los deberes ya no contarán para estudiantes como valores. Algunos despropósitos dispuestos por autoridades han convertido a profesores en simples trabajadores áulicos sin autoridad ni mística, obsecuentes por miedo a la sanción (nada cuestionan); a estudiantes, en cada vez más insolentes y menos competitivos; y padres, más irresponsables. Desgraciadamente los fines de nuestra educación han cambiado al ritmo de ideologías de gobiernos de turno. Nos falta autoestima y nos sobra soberbia.(O)

Joffre Edmundo Pástor Carrillo, profesor, Guayaquil