Si Jorge Luis Borges hubiese sido solamente literato, su estela cruzaría por el cenit todo el firmamento de las letras, pero fue más que eso. Su narrativa, su poesía y sus ensayos demuestran una cosmovisión meditada, enriquecida por una cultura que me lleva a pensar que la Biblioteca de Babel, esa creación de su ficción, en la que están todos los libros, no solo los que se han escrito, sino todos los que son posibles de escribir, con sus erratas y combinaciones, era en realidad su memoria.

En este noviembre se cumplen cuarenta años de la visita que hiciera Borges a la Universidad Católica de Quito, que fue posible por gestión personal de Eduardo Bermeo, entonces presidente de la Federación de Estudiantes de la PUCE, ante la empresa Círculo de Lectores, que lo invitó a un gran encuentro literario. Se consiguió que nos lo prestaran un ratito. Nos encargamos de traer al maestro y a María Kodama, su contacto con el mundo. En la puerta de la facultad nos preguntó ¿hacia dónde queda el Pichincha? Seguramente su antepasado que peleó en Riobamba y en Junín, también estuvo el 24 de mayo en nuestra montaña. No fue bien recibido el escritor, un importante grupo de alumnos y profesores lo abucheó, llamándolo fascista, porque poco antes había recibido una condecoración chilena. En el diálogo rebatió con energía y precisión las críticas que por eso le hizo un escritor ecuatoriano. Era notable cómo entonaba la voz cuando recitaba fragmentos de poesía y su cuidado para pronunciar bien en otros idiomas.

Al terminar lo condujimos a la sede de la Federación, donde entramos unos pocos afortunados. Recibíamos por una ventanilla los libros que iban siendo firmados por el autor. María Kodama le decía de qué título se trataba. Cuando le alcanzó mi ejemplar de El otro, el mismo, dijo: “Ah, ya me acuerdo, una edición con tapa brillante de rayas verdes, ¡horrible!”. Igual, es un autógrafo precioso para mí. Círculo de Lectores había quedado en enviar un vehículo para retirar a Borges, pero al parecer hubo un malentendido. La gente comenzó a irse. Unos siete u ocho mozalbetes nos quedamos solos con el maestro y su compañera. Tras conversar cosa de media hora, fueron a dejarlo en su hotel.

Mis diálogos con Borges prosiguieron a través de la lectura de sus Obras Completas. Veo que ahora nos quieren pasar un Borges descremado, separando sus posiciones de su obra. Así, algunos de los que lo increparon en su visita, se declaran borgianos y le “perdonan” su credo. Pues no se puede hacer esa ablación. Él no era versificador de ocasión o cuentero de artificiosidades. Su pensamiento social, político, cosmológico y, sobre todo, filosófico no es un sustrato en su obra, es la materia y el protagonista mismo de todos sus textos. Esa noche se definió como un “anarquista individualista”. Al analizar sus libros encontramos un compromiso radical con Occidente, con nuestra cultura construida en torno a las ideas que el maestro nunca se inhibió de proclamar. (O)