“Si esta es la forma en que el canciller (venezolano) Arreaza trata a diplomáticos que representan a otros estados, a otros gobiernos (…) imagínense ustedes cómo trata a los venezolanos, a los que están bajo su poder, a los que no tienen un pasaporte distinto, que están dentro del país sufriendo el hambre, la penuria y la represión”.

“Nelson Mandela dijo una vez: Nadie nace odiando. El ser humano en el camino aprende a odiar o a amar. Aquel que arrebata la libertad a otro, está preso del odio y la maldad. Por eso es necesario liberar tanto al opresor como al oprimido”.

La primera cita que abre este artículo corresponde a la respuesta dada por el ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Roberto Ampuero, al canciller venezolano en el marco de la 48ª Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), en la que se discutía la situación de Venezuela.

La segunda corresponde al discurso del diputado Gilber Caro en la Asamblea Nacional de Venezuela, luego de ser liberado de la cárcel, en la que estuvo detenido durante 17 meses, a pesar de poseer inmunidad parlamentaria.

Ambas intervenciones abordan una de las características históricas del autoritarismo chavista, la estrategia de deshumanización del adversario.

Esta fue incorporada en el debate político venezolano por el mismo Hugo Chávez desde su campaña electoral de 1998 y lo acompañó hasta sus últimos días.

Todos y cada uno de los líderes que han adversado al chavismo desde entonces han sido apodados por los dos presidentes chavistas. Frijolito, Judas, Majunche, pelucón, Drácula, cochino, por mencionar algunos. A nivel internacional el chavismo también coloca apodos para descalificar a sus enemigos. Mister Danger, ladrón de siete suelas.

La práctica no se ha limitado a sus adversarios políticos, se ha extendido también a los seguidores de estos. Así el mismo Chávez bautizó a los seguidores de la oposición como escuálidos y pitiyanquis, descalificando a una parte de los ciudadanos a quienes se debía como primer servidor del país.

El presidente Maduro continuó con el legado hasta perfeccionarlo. Bajo su gobierno se ha pasado de la palabra a la acción, y la deshumanización ejercida en el lenguaje se transformó también en represión, persecución, prisión y tortura. El discurso del diputado Caro narra algunas de las estrategias deshumanizadoras hechas por sus captores: durante los 17 meses de prisión solo le permitieron ver a su hija 6 horas. Pasó 12 meses aislado, sin contacto humano alguno. Poco antes de liberarlo estuvo encerrado en una celda oscura y esposado. Así lo mantuvieron durante 8 días consecutivos, durmiendo, comiendo, viviendo esposado. En un proceso de deshumanización.

El ministro chileno, luego de escuchar los insultos utilizados por su homólogo venezolano para referirse al secretario general de la OEA (a quien llamó “sicario general”), a la OEA (a la cual denominó inútil ministerio de colonias del imperio estadounidense) y a los distintos representantes de los países que participaban en la asamblea promoviendo un debate sobre la crisis venezolana, decidió utilizar las propias palabras del diplomático venezolano en su contra, señalando que tanto ellas como el canciller representaban a la perfección el régimen dictatorial venezolano. “Si alguien aquí (…) tuvo en algún momento la duda de si en (…) Venezuela existe un gobierno dictatorial, autoritario o demócrata (…) ha quedado resuelta”, concluyó.

El diputado Gilber Caro, en su discurso en la Asamblea Nacional, fue un paso más allá al transformar la tortura sufrida durante su injusto cautiverio en un arma en contra del propio régimen. Liberar a Venezuela pasa por liberar a los opresores de Venezuela, quienes se encuentran presos del odio y del resentimiento. Opuso al proceso chavista de deshumanización y destrucción del enemigo, uno de humanización y liberación del adversario.

(O)