Como corresponde a nuestra condición mágico-realista, el comentario más sonoro sobre el primer aniversario del Gobierno fue uno que solamente se dijo en voz baja. Con enorme carga de ironía, pero con una contundencia que demostraba que era algo más que una opinión, se insistió en que con Lasso no se habría logrado ni la décima parte de lo que se ha visto con Moreno. Si de presentar pruebas se trataba, sobraban los funcionarios corruptos que están presos y los que forman la larga fila de espera para ir a acompañarlos. Si eso no era suficiente, se recordaba la desaparición de la espada que pendía sobre la cabeza de fiscales y jueces para impedir que hicieran su trabajo. No podía faltar la constatación de la distancia establecida con las complicidades forjadas en un pasado que dejó demasiada ropa sucia. Tampoco se dejaba de lado la realización de la consulta popular, con la eliminación de la reelección indefinida y la muerte civil como puntos fundamentales. En fin, el comentario enumeraba todos los puntos que han constituido el inicio del desmontaje del correísmo.
Todo ello es muy cierto y sorprendente. Tan sorprendente que lo dicho por las personas comunes y corrientes en voz baja no ha sido hasta ahora entendido por los políticos. El único que comprendió lo que estaba sucediendo fue el líder infalible que, desde el primer día de gobierno –cuando tuvo que ir al hospital–, no deja de repetir que es una traición. Es obvio que sea así, porque en su visión dicotómica de la vida no caben matices, solamente se puede estar con él o contra él. Por ello, bajo su gobierno estuvo excluida la política como ejercicio de diálogo entre quienes mantienen posiciones diferentes, ya sea para llegar a acuerdos o para mantener sus desacuerdos. Pero sí llama la atención que el resto de políticos sigan reproduciendo esa misma concepción, sin una sola señal de haber comprendido que los cambios que se han producido significan, entre otras cosas, el retorno de la política. A diferencia de los grupos sociales –indígenas, trabajadores, empresarios–, que parecen disponer de un olfato más fino, los políticos navegan a la deriva.
Dos de las tres corrientes que se mueven en el escenario nacional de estos días prefieren mantenerse como espectadores. El morenismo y los heterogéneos grupos de la oposición parecen no recordar el significado de palabras como iniciativa o acción (la tercera corriente, el correísmo, al ser obediente y no deliberante, no cuenta). Los unos pretenden mantener inmaculada la marca de opositores y calculan triunfos insignificantes para las próximas elecciones. Los otros no se atreven a dar el paso decisivo para marcar la ruptura definitiva con el correísmo. Entre ambas actitudes hay estrecha relación, se condicionan mutuamente. Si los primeros no llegan a comprometerse con un gobierno que claramente está desmontando el pasado corrupto-autoritario, los otros no se atreverán a concretar la ruptura. Si no cambian, seguirán de espectadores, mientras la gente común y corriente seguirá gritándoles en voz baja una evidencia irrefutable. (O)