En una nota anterior recordábamos que desde siempre fue indiscutible “la necesidad de perfeccionar el aparato del Estado con cuadros formados en un contexto de excelencia, que tengan perspectivas de una carrera de servicio público. Se trata de crear –decíamos– un espacio en perspectiva del más alto interés nacional; una suerte de superestructura proyectada hacia el futuro” (Cordanec, Ceplaes, Ildis, Análisis de Coyuntura 8, noviembre de 1994).

En el plano de las relaciones internacionales, en particular, esto también era urgente. Muchos ecuatorianos, pese a las dificultades, destacaron en diversas instancias. Habrá, espero, ocasión de resaltar sus realizaciones. Y, también, de emitir un juicio sobre quienes no cumplieron con las expectativas nacionales. Es nuestro derecho.

Lo positivo, lo destacable, lo importante, esta vez: hemos estimado oportuno, por diversas razones, recordar el itinerario del insigne diplomático guayaquileño Leopoldo Benites Vinueza (1905-1995).

De partida, señalemos que el título del artículo nos pareció pertinente: Benites Vinueza hizo mucho por Naciones Unidas. En otros casos se busca lo contrario. Y ello no es deseable. Lamentablemente en el país las designaciones –políticas, sobre todo– aún parecen “otorgar” las “capacidades” requeridas para el ejercicio de la representación nacional. Son deplorables las consecuencias.

En fin, pocos casos como el de Benites Vinueza, quien a base de sus antecedentes, conocimiento del foro y larga experiencia pudo guiar, no presidir, el vigésimo octavo ordinario y sexto extraordinario periodos de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas, entre 1973 y 1974, en la Organización, en Nueva York.

¿Quién fue Benites Vinueza? Según una fuente consultada (Roberto Pérez P.), desde su juventud fue un apasionado por la literatura: admiraba el modernismo y al gran Rubén Darío. Publicó varios poemas simbolistas. En 1923 obtuvo el primer premio en un concurso del Colegio Vicente Rocafuerte, con dos relatos cortos, influidos por los cuentos del escritor argentino Horacio Quiroga, de –dice Pérez– “gran reciedumbre y audaz fuerza expresiva”, titulados La mala hora y El enemigo.

Benites Vinueza está considerado el precursor del grupo de Guayaquil que vendría después. Dice el biógrafo Pérez que el ilustre guayaquileño leía sin descanso y amaba la cultura. Alguna vez escribiría, rescatémoslo: “¡Oh, mi Ecuador distante!/ Mis páramos de anchos vientos ilimitados,/ que andan sobre la arena con sandalias de nieve./ Mis volcanes que editan decálogos de lava./ Mis torrenteras crinadas de helechos./ Mis ríos que conocen el óvalo secreto del níspero./ Mis playas en que tiende su desnudez la espuma./ ¡Oh, mi Ecuador distante!”. Un ecuatoriano que veneró su patria.

Para 1936 aparecieron sus primeros artículos en el Diario EL UNIVERSO bajo el seudónimo de “Alsino”, en su columna ‘Hombres, cosas y hechos’, precursora de su futuro libro, Ecuador, drama y paradoja, entre otros.

Fue un crítico político muy agudo, perseguido muchas veces. Hombre pobre, jamás claudicó ante el poder y la represión. Destacó su lucha contra el arroyismo y su pasión por la vida, por los derechos políticos y sociales, por la democracia y por la cultura de los ecuatorianos.

Escribió también sobre la vida y obra de Espejo y de Montalvo. Fue un crítico político muy agudo, perseguido muchas veces. Hombre pobre, jamás claudicó ante el poder y la represión. Destacó su lucha contra el arroyismo y su pasión por la vida, por los derechos políticos y sociales, por la democracia y por la cultura de los ecuatorianos.

Encontrándose preso escribió Los Argonautas de la selva, hermosísima defensa –lo señala Pérez–, de los derechos ecuatorianos sobre el gran río Amazonas. Al triunfar la revolución del 28 de Mayo de 1944 fue diputado funcional por el periodismo de la Costa a la Asamblea Nacional Constituyente que dictó la Constitución de 1945; y, al fundarse la Casa de la Cultura Ecuatoriana fue elegido Miembro Nacional.

Desde 1947 incursiona en la diplomacia, primero en Bogotá, como consejero de la Embajada. Sería designado luego plenipotenciario en Uruguay, desde 1948. En 1954, ministro alterno ante las Naciones Unidas; en 1958, embajador en Bolivia. Después se desempeñaría como embajador en Argentina y, desde 1960, como representante principal del Ecuador ante las NN.UU. en Nueva York.

En 1961 fue presidente del Consejo de Seguridad durante la vigésima octava sesión reunida en Nueva York. En 1973 presidió, por votación unánime de sus miembros, las sesiones de la Asamblea General, alto cargo de la diplomacia internacional y un merecido y justificado honor para Benites Vinueza, vista su impecable trayectoria. Se llegó a decir que era la voz del Tercer Mundo. En el periodo extraordinario adoptó dos textos históricos en las relaciones económicas internacionales que fueron la Declaración y el Plan de Acción sobre el Establecimiento del Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI), que perduran, y es su legado más simbólico.

Desempeñó funciones en Ginebra y en 1981 estuvo en Washington, cuando el conflicto con Perú. En 1982 el presidente Osvaldo Hurtado lo designó embajador del Ecuador en México, en reemplazo de Demetrio Aguilera Malta. Falleció en Guayaquil, a la edad de 89 años, el 7 de marzo de 1995, dejando un gran vacío en la diplomacia y en la cultura ecuatorianas.

Benjamín Carrión diría de él: “Su gran estatura intelectual… está hecha por su gran capacidad crítica… servida por una información sólida y al mismo tiempo inquieta…”; añadiría “la obra publicada… con ser valiosa no muestra ni de lejos sus grandes facultades y preparación” (citado por Simón Espinosa C., Estudio introductorio de Ecuador: drama y paradoja, BCE, 1986).

Revela esta percepción del gran lojano la enorme capacidad, nobleza y valentía de la que estuvo dotado Benites Vinueza. Un gran escritor, “al que (devoró) la diplomacia”: veinticinco funciones en treinta y siete años casi ininterrumpidos”, como lo señala Espinosa.

Un diplomático de relieve, formado por mérito y capacidad propia, no conferida por nadie; intelectual de fuste; original y reconocido por el mundo diplomático; profundo investigador de la realidad económica y social, de un Ecuador que amerita un verdadero norte. Sintió a su país. Con antecedentes forjados a base de esfuerzo, reflexión y entrega profesional, sin dádivas de nadie.

(O)