La renovación del gabinete puede convertirse en el hito del cambio de rumbo que requiere el Gobierno. Sí, lo requiere no para satisfacer a los opositores, sino para sobrevivir y ser algo más que una anécdota transitoria. Lenín Moreno, como cualquier presidente que estuviera en su lugar, está obligado a hacer algo más que esperar a que los astros se alineen para darle resultados favorables, como lo ha hecho hasta ahora. Es verdad que ha habido muchos resultados que eran inimaginables hace un año, cuando se perfilaba como el escudero fiel, encargado de cuidar la ciudadela hasta el retorno del caudillo. Pero es evidente que apenas dos de esos resultados se deben a sus acciones y decisiones. Los demás provienen del dejar pasar.

El primer resultado propio de una decisión suya fue el cortocircuito del mecanismo del control remoto que manejaba su antecesor. El objetivo de este era que siguiera al pie de la letra lo que le dejó escrito en tres tomos y, sobre todo, lo que le escribiría diariamente por las redes sociales. Por dignidad o por lo que fuera, Moreno no aceptó esa condición y con ello se delimitaron los campos. Dejó establecido que el suyo sería un gobierno diferente, aunque ni él mismo supiera exactamente en qué consistía esa diferencia. La segunda decisión fue el retiro de funciones al vicepresidente, que constituyó el punto de partida en la lucha contra la corrupción. Comenzar por el cuello o los hombros (la cabeza aún no ha sido tocada) de ese monstruo obeso, equivalía a firmar un compromiso para el destierro de la complicidad y la impunidad. A fiscales y jueces les decía que ahora podrían hacer su trabajo sin órdenes superiores y sin temor.

Fueron dos decisiones trascendentales y de ellas se derivaron las medidas con que se ha ido desmontando el régimen heredado, mientras él ha salido relativamente bien parado hasta el momento. Colocar el tema en la agenda y dejar que los otros hagan el trabajo desgastante –la estrategia de la pasividad– es ideal para un político que no cuenta con bloque parlamentario propio, mucho menos con lealtades estables. Pero ya llegó a su límite, porque esa estrategia tiene un carácter circular. A partir de un momento resulta inefectiva y se vuelve contra su propulsor. Si este se sienta a esperar y no da continuidad a la acción, los potenciales seguidores se hunden en la incertidumbre y en la desconfianza.

Es lo que sucedió con los asambleístas de AP que, impactados por esas dos decisiones, no necesariamente dieron su apoyo al presidente, pero sí tuvieron que definirse en torno a algunos temas. Sin embargo, en otros, en los más importantes, se reagruparon y le dieron la espalda. La causa fue precisamente la pasividad. Si lo ven como el artífice del dejar pasar, como alguien que no persiste en un tema para producir efectos crecientes, rápidamente serán tentados por un mejor postor. El nuevo gabinete le da la oportunidad de superar esa estrategia y marcar el verdadero inicio de su gobierno. (O)