Con enorme sorpresa leí el viernes de la semana pasada un artículo  en la página editorial del diario público  El Telégrafo, cuyo autor era nada más y nada menos que el mismísimo presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Llevaba este título audaz: “Nuestra democracia es proteger”. Un panegírico, alabancioso y propagandístico, de la revolución bolivariana. Leerlo incomodaba tanto por lo que dice el artículo como por la decisión de haberlo incluido en la página editorial. Como en los medios públicos el tráfico de influencias se filtra por muchos frentes, será difícil saber por qué vía llegó el artículo y finalmente quién decidió publicarlo.
El texto de Maduro empieza con una frase lapidaria que le permite toda suerte de arbitrariedades conceptuales: “Nuestra democracia es diferente. Porque todas las demás –en prácticamente todos los países del mundo– son democracias formadas por y para las élites”. Desde esta generalización inadmisible, llena de ignorancia y superficialidad, hay licencia para afirmar cualquier cosa. Todo es perfecto en la Venezuela de Chávez: la economía, la justicia, la transparencia electoral, la seguridad, la salud, la vivienda… Maduro afirma que en su país hay pleno empleo, que el nuevo modelo económico dejó de sostenerse, como en el pasado, en el precio del petróleo, y ahora lo hace en las capacidades productivas del país. Desde un discurso igualitario de la sociedad, la gran promesa del socialismo del siglo XXI, guarda un silencio sepulcral sobre la estructura de poder y de gobierno imperante hoy en Venezuela.
¿Por qué publicó El Telégrafo semejante artículo? La decisión resulta más que cuestionable. Un artículo de opinión sobre un régimen impugnado por su irrespeto a los derechos humanos y a las libertades políticas básicas de los ciudadanos, escrito por su principal conductor, solo podía ser panfletario y propagandístico. Maduro es un político en plena campaña para su reelección. El Telégrafo publicó un artículo que pretende legitimar ese proceso proyectando una realidad electoral inexistente en Venezuela. ¿Por qué le concedieron un espacio tan privilegiado? Ninguna fuente informativa seria, ningún organismo internacional confiable, podría ratificar con un mínimo de objetividad y evidencia estadística los argumentos que se esgrimen sobre Venezuela.
Su publicación está lejos de ser un hecho aislado en la política ecuatoriana. Expresa la influencia, los espacios que aún ocupa y las redes que opera la izquierda que estuvo en el poder en muchos países de América Latina, entre ellos Ecuador, las dos décadas pasadas, y que aún quiere defenderse a sí misma y reivindicar logros. Es la izquierda de personajes tan pintorescos como María Fernanda Espinosa y Eduardo Mangas, Marcela Aguiñaga y Ricardo Patiño, cuyo compromiso con las revoluciones bolivarianas sigue siendo inclaudicable. Se aferra esta izquierda al socialismo del siglo XXI, al proceso venezolano, nicaragüense, a la década de la revolución ciudadana, más allá de cualquier evidencia dolorosa y trágica de sus resultados. Se aferran a su gusto por el poder, a los privilegios que rodean a las élites gobernantes y a su propia fantasía de la sociedad igualitaria. Venezuela es un drama humano, social y político por donde se lo mire. Y al fanatismo ideológico que lo defiende, El Telégrafo ha dado un espacio de expresión directa, cruda y burda. (O)