Cuando el dictador camboyano Saloth Sâr, más conocido como Pol Pot, tomó el poder de la nación asiática, uno de sus primeros objetivos fue sistemáticamente aniquilar la clase media. Así, poco después de su ascensión, miles de médicos, ingenieros, abogados y otros profesionales fueron llevados a áreas abiertas donde fueron asesinados en masa. Los sobrevivientes de esta inicial purga fueron encerrados en “campos de re-educación” de donde raramente se salía con vida. De este modo, el régimen de Pol Pot logró con escalofriante eficiencia y rapidez cumplir uno de sus principales objetivos: hacer que Camboya, la cual era una de las naciones más avanzadas de la región, vuelva a ser una nación agrícola.
Este objetivo aparentemente irracional y autodestructivo en realidad fue una maniobra brillante, aunque siniestra, por parte del dictador asiático. En efecto, Pol Pot sabía perfectamente que si aniquilaba a los que gozaban de una educación superior, entonces no quedaría nadie para disputar su poder. El líder comunista entendió por experiencia histórica que no puede existir un movimiento de resistencia o revolución exitoso sin la participación de gente con formación, desde la Revolución francesa hasta la Revolución bolchevique. No importa lo hambriento u oprimido que esté un pueblo: si no existe una clase pensante que lo lidere, entonces este nunca podrá liberarse de su yugo. La maniobra de Pol Pot fue un éxito. El régimen de este dictador tuvo que ser derrocado por una fuerza exterior, el ejército vietnamita, no pudiendo los camboyanos liberarse por sus propios medios de su opresor.
La Venezuela de hoy en día se está acercando peligrosamente a una situación similar a la que Pol Pot colocó intencionalmente a Camboya. Al margen de si esto fue o no la intención del chavismo, lo cierto es que su desastrosa gestión económica ha causado un éxodo masivo donde los que más incentivos tienen de irse son quienes han recibido una educación de grado universitario. En efecto, son los profesionales y emprendedores venezolanos quienes, sabiendo que sus habilidades son útiles en otros países, tienen más que ganar y menos que perder al abandonar su nación. Así, la situación en Venezuela está en riesgo de quedar irremediablemente trabada, ya que precisamente los agentes necesarios para el cambio son los que abandonan al país.
Si Venezuela cae en este círculo vicioso, solo podría escapar por dos vías. La primera consistiría en que algún día la propia dictadura se reforme a sí misma, algo que podría ocurrir, por ejemplo, mediante una revuelta militar o la traición de altos funcionarios del Estado. La segunda vía sería que, al igual que ocurrió en Camboya, una fuerza exterior derroque a la dictadura. Esta alternativa, sin embargo, abre un abanico de inquietantes interrogantes: ¿Quiénes serían los invasores? ¿Una coalición de ejércitos latinoamericanos? ¿Cuáles serían sus incentivos? ¿Podrán garantizar la restauración de la democracia?
Hoy Venezuela todavía tiene la energía para luchar por su futuro, pero esa energía no es infinita. Es obligación por tanto de toda la comunidad internacional, incluyendo Ecuador, de apoyar esa lucha y evitar que Venezuela se convierta en una Camboya latinoamericana.(O)