Hace pocos días estuve visitando Bogotá, una ciudad con más de ocho millones de habitantes donde existe una especial protección por parques y áreas verdes que embellecen la ciudad y dan calidez a quien la visita. Según la página web de la Alcaldía de Bogotá, se contabilizan “más de mil parques de escala regional, metropolitana, zonal, vecinal y de bolsillo, estos últimos caracterizados por contar con una superficie inferior a mil metros cuadrados y estar dedicados exclusivamente a la recreación pasiva o contemplativa”. Transitar a pie por las calles de Bogotá, así esté soleado, constituye una recreación sensorial visual por la cantidad de árboles y jardines que lucen en cada bloque. Una experiencia similar he tenido cuando he visitado Medellín. El verdor y el colorido del paisaje son cautivantes y dicen mucho del compromiso de sus habitantes y de sus autoridades con el cuidado y la protección de sus jardines.

En un estudio publicado en 2015 por la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (Payam Dadvand y colaboradores), un grupo de profesionales involucrados en epidemiología ambiental de diferentes partes del mundo encontró asociación entre la exposición a áreas verdes y el desarrollo cognitivo en la población escolar primaria. Se estudiaron 2.593 niños entre 7 y 10 años de edad, correspondientes a 36 escuelas primarias de Barcelona, España. Las pruebas de función cognitiva se practicaron a intervalos establecidos en los siguientes doce meses. La exposición a áreas verdes fue evaluada tanto en el lugar de residencia como en la escuela mediante datos de alta resolución vía satélite. En el periodo de observación de doce meses hubo progreso en la memoria de trabajo y reducción de la inatención en los escolares que crecían más expuestos a áreas verdes. El estudio concluye que hubo una asociación beneficiosa entre la exposición a espacios verdes y el desarrollo cognitivo, parcialmente mediado por la reducción en la exposición a la polución ambiental relacionada con el tránsito vehicular.

El mismo autor ha publicado, en febrero de 2018, en la revista Environmental Health Perspectives (Perspectivas de Salud Ambiental), un estudio ampliado en 253 niños comparando su exposición a áreas verdes con imágenes de anatomía cerebral mediante estudios de resonancia magnética nuclear tridimensional, relacionando también esos resultados con las pruebas cognitivas aplicadas en el estudio anterior. La conclusión del trabajo igualmente sugiere que crecer en vecindarios con áreas verdes podría tener efectos beneficiosos en el desarrollo cerebral.

Desde principios de marzo de 2018 he venido observando movimientos de suelo en el área del parque lineal del Malecón del Salado frente a la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil. Se han desplantado árboles y se han reducido áreas verdes, para dar paso a una posible construcción de cemento. Por la profundidad que se observa en las excavaciones, da la impresión de que se construirá una estructura elevada. Un trabajador comentó que se trataría de un edificio de patio de comidas. Sinceramente, no logro entender esa especial predilección de reemplazar áreas verdes por obras de cemento. Tal parece que no estamos conscientes de la importancia de la protección ecológica y de la magnitud de los perjuicios de contaminación que sufre nuestro estero. Los espacios verdes mitigan la contaminación ambiental. La prioridad debe ser conservarlos. (O)