Hace 50 años, John Marshal, amigo estadounidense, contemporáneo en la Universidad Gregoriana, me invitó a escuchar en una grande asamblea al ya famoso predicador de Ebenezer Baptist Church Martin Luther King. En la Universidad Gregoriana de Roma habíamos aprendido que hay que valorar los elementos de verdad, en los que nos unimos creyentes y no creyentes.

Este predicador era y es un ícono de la defensa de los derechos civiles y del fin de la discriminación racial.

La Conferencia Episcopal USA se une al homenaje rendido a Martin Luther King en ocasión de los 50 años de su asesinato, por las expresiones acordes con el Evangelio a lo largo de su vida.

Este ícono enseñó con su vida y con su muerte que el cristiano es el caminante que va recogiendo del ejemplo de Cristo las semillas de fraternidad, concretadas en el cultivo de libertad y de la justicia.

Recojo en estas líneas algunas enseñanzas, cuyo núcleo fundamental es el amor:

(1) Sin libertad es imposible la comunión con Dios y con el hombre. (2) El ateísmo está lleno de gente que sirve a Dios con los labios y no lo sirve con la vida. (3) La opinión de la mayoría no es el máximo criterio de verdad y de bien. No necesariamente porque muchos en el mundo están haciendo algo, ese algo está bien. La interpretación meramente numérica no es correcta. Hay algunas cosas que están bien y otras están mal, eternamente, absolutamente. Por ejemplo, es malo odiar, siempre será malo. (4) Nuestro cristianismo no puede reducirse a un hábito dominical. El cristianismo no es una prenda que nos ponemos por la mañana y que colgamos por la noche del domingo. Con esta conducta tenemos una apariencia de religión, pero no tenemos que ver con ella, como una fuerza. (5) La religión debe ser eficaz en el mundo político, en el mundo económico, en toda la vida social. Tenemos que darnos cuenta de que el Dios de la religión es el Dios de la vida. El Dios del domingo es el Dios del lunes. (6) Fundándonos en la promesa de Cristo: “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”, podremos superar temores e incertidumbres, porque podremos levantarnos de la fatiga, de la desesperación a la flotabilidad de la esperanza. Lo oscuro ayer puede ser transformado en brillante mañana.

En el fondo de las reflexiones de Martin Luther King está la identidad de Cristo; quien no es solo Hijo de Dios, a quien se pretender honrar solo con plegarias, sino también el hermano de los hombres, que honran a Dios, tejiendo la felicidad humana con la libertad, la responsabilidad y la justicia. Al cielo se llega caminando en la tierra por caminos de fraternidad, es decir, de libertad creadora, de justicia participativa; caminos en los que se comparten esfuerzo, dolores y esperanzas.

Martin Luther King recorrió el sendero de Cristo en cuanto defendió sin odio la dignidad humana contra el racismo; en cuanto en esta defensa entregó su vida; en cuanto no parapetó en ella ambiciones personales.

(O)