En los últimos meses ha sido tema cotidiano las denuncias contra ofensores sexuales, encasillados en el diagnóstico de pedofilia o paidofilia.
Ha sido muy llamativo que antes de haberse realizado un estudio científico de las víctimas y de los victimarios, se haya establecido a priori la responsabilidad de los segundos, sin tomar en cuenta que con ello se perjudica en primer lugar a los niños objeto presuntivo de las denuncias, y en segundo lugar a los probables victimarios que son juzgados socialmente por la comunidad, antes de verificar la realidad de los hechos. Al juzgar el acto, se está omitiendo la responsabilidad primaria que corresponde a los padres, que sin justificación no asisten como debe de ser a los eventos especialmente preparativos de actividades culturales, artísticas, deportivas, etcétera, extracurriculares en las escuelas y preescolar; habida cuenta de que este tipo de delitos ocurre en mayor porcentaje cuando ciertos tutores o entrenadores están encargados de pequeños grupos de estudiantes, a los que puede manejar utilizando la seducción o la autoridad moral de su ejercicio. Está plenamente demostrado que los niños sufren violaciones a su intimidad en la mayoría de los casos en el ambiente familiar (hermanos, tíos, abuelos, padrastros y hasta padres). La mujer en razón de su dependencia económica en la familia, muchas veces ha mantenido compromisos sucesivos, lo que deja en vulnerabilidad a los hijos que suelen recibir maltratos y ofensas sexuales en un ambiente de hostilidad y violencia; generando lo que se denomina fenotipo vulnerable por los maltratos recibidos, y que desgraciadamente condiciona enfermedades mentales como cuadros depresivos y psicóticos de expresión futura, ya que la memoria emocional es perpetua en la mente de los ofendidos. Sin embargo, sin que esto se interprete como una defensa de los victimarios, también es menester aclarar que no se deben realizar acusaciones sin pruebas, las que suelen ser forjadas por la poca pericia de la investigación psicológica a los infantes. Un estudio realizado en Alemania por eminentes psicólogos y paidopsiquiatras mostró datos sorprendentes al entrevistar a niños sin antecedentes de situaciones vergonzosas, y en los que se induce a pensar que en su infancia temprana ocurrieron hechos desagradables en su vida personal. Al principio los niños niegan la ocurrencia de estos hechos traumáticos o vergonzosos durante la investigación clínica, pero posteriormente con el avance de esta aceptan como una realidad ocurrida; especialmente cuando se realizan métodos como la ludoterapia (terapia de juego) y otros tipos de evaluación psicológica (test). El niño en estos casos debido a su poca madurez emocional sufre una inducción sugestiva de hechos que en realidad jamás ocurrieron como vivencias traumáticas (experiencias con carga emocional). Los actos señalados de la investigación terminan en perjudicar a la víctima al inocular en su memoria histórica (explícita) una condición que jamás existió, que se denomina en psicopatología ilusiones del recuerdo o alomnesias; además de falsos reconocimientos en que el niño tiene la certeza de que es realmente conocido lo que se percibe, y no la impresión de conocido, unida a la certeza de que se percibe por primera vez. También se perjudica al probable victimario que es juzgado con malicia por los padres y la ciudadanía que reclama justicia ante hechos lesivos a la moral, pero que en el fondo esconden los sentimientos de culpa de los padres que en forma irresponsable abandonaron el cuidado que les corresponde de sus hijos.(O)
Pedro B. Posligua Balseca,
Médico neurosiquiatra, Guayaquil