Antes tenía aplicación el dicho “Ojos que no ven, corazón que no siente”. En nuestros días solo los que voluntariamente se achican, encerrándose en un pequeño espacio ambiental, no miran a su alrededor, no opinan, no viven en la humanidad. Se colocan en la sombra… reservándose el derecho de protestar ignorantemente.

En nuestros días, gracias a los medios de comunicación, están más a nuestro alcance realidades que unos defienden, otros atacan. Unos y otros, complementándola, de hecho conjuntando los elementos que aprecian en la humanidad.

Unas realidades agitan durante largo tiempo, otras se apagan, como luz de luna. Asombran el fervor, la tenacidad con que algunos difaman y se esfuerzan por destruir lo que no les es propio. Es inimaginable pero cierta la ceguera que impide vislumbrar siquiera un tenue rayo de luz en el otro o cerca del otro.

Hay realidades negativas. Ocupan sin preocupar. Muchos hemos, al menos, oído hablar de Boko Haram, Isis, yihadismo, Al Qaeda y realidades afines. Tienen causas y raíces. Al menos los dirigentes políticos debieran tenerlas en cuenta.

¿Cómo entender humanamente la persistencia de la guerra político-religiosa en Siria, la tensión entre judíos Israel y árabes Palestina, la tensión entre las dos Coreas, las tensiones geográfico étnicas de hutus y tutsis en África?

¿Por qué gobernantes autoidentificados con los marginados no admiten un canal humanitario para llevar alimento y medicinas a marginados en Venezuela, a pesar de que algunos pobres están forzados a comer de la basura? Mienten descaradamente; intentan tontificar a las personas, para sostener su libreto.

¿Cómo explicar la emigración en forma de fuga desde Asia y África a Europa, desde Sudamérica a Norteamérica, desde Venezuela a países hermanos sudamericanos y europeos?

¿Cómo superar la autodestrucción de Siria y el silencio cómplice de gobernantes poderosos?

De estas realidades hablar y escribir está bien; ¡autoridades libres de libretos opresores deben actuar!

Oímos también de realidades humanamente positivas: entidades formadas por voluntarios, que se gastan y desgastan, sirviendo gratuitamente. Para ellos más allá de credo de partido, de nacionalidad, cuenta la persona humana. Cito dos: Mato Grosso, Médicos sin Fronteras. De ellos se habla y escribe poco, pues son una invitación callada a lo que no gusta, al compromiso con lo humano.

Hay que ahogar y difuminar la invitación con el testimonio generoso de miles de operadores de Oxfam, mezclándola con el abuso de algunos clérigos y profesionales. Por supuesto, difuminar no disminuye la exigencia de testimonio, pero restablece proporciones.

Los cuestionamientos anteriores guían a una reflexión englobante:

No es posible viajar feliz, sin saber a dónde vamos. No “da igual” el vivir sin rumbo personal y socialmente. No es posible improvisar a donde vamos; hay que educar, para discernir, la decisión, elección y compromiso.

El partido es parte; no debe influir en todo. No se puede vivir plenamente la honradez, descuidando la laboriosidad y la justicia. Hay que jerarquizar los porqués de nuestras acciones y actitudes. No basta mirarnos en el espejo; es necesario, es indispensable, también mirarnos en lo otro. (O)