Nos duele Venezuela, y nos duele que Ecuador no haga nada que visiblemente muestre que condena lo que en ese país está aconteciendo.

Todos conocemos venezolanos asilados o migrantes en nuestro país, sus historias son historias de hambre, desazón y angustia. La población en su conjunto, salvo excepciones, los acoge y ayuda. Compra los productos que venden en las calles, los orientan cuando se pierden buscando una dirección, conversa con ellos y adquiere más conciencia política de la que demuestra la señora canciller en sus declaraciones.

Se está viviendo una diplomacia pueblo a pueblo, de la que las autoridades encerradas en esquemas ideológicos están divorciadas.

La población sabe que se trata de una crisis humanitaria de envergadura y no un problema de “injerencia en asuntos internos”, ni menos de respetar la democracia en un país que tiene centenares de presos políticos, de asesinados en protestas callejeras, que mal puede hablar y sostener que vive un régimen democrático. Sabe que se trata de pobreza y miseria en un país que posee una de las mayores riquezas petroleras del mundo, que está empobrecido por el mal manejo político de sus dirigentes. Ninguna ideología que busque la igualdad puede someter a la penuria a las grandes mayorías, porque los que cruzan la frontera a pie, con lo poco que pueden llevar, que dejan atrás su casa, su barrio, la historia familiar, sus afectos más profundos, no son los ricos. Son obreros, estudiantes, profesionales, abogados, médicos, secretarias, maestros. Quien hace eso es porque está desesperado y algo de esperanza en sus propias fuerzas le queda para arriesgarse a lo desconocido. Y la gente de nuestro país está dispuesta a recibirlos sabiendo que deberá compartir las pocas plazas de trabajo que hay con otros que no tienen nada.

Cuando Hitler masacraba y exterminaba a los judíos, muchos gobiernos dejaron que Alemania resolviera “sus problemas internos”, hasta que les afectó a ellos.

“La Constitución (de Ecuador) habla claramente de la no injerencia en los asuntos internos de otros estados. No injerencia no es indiferencia”, sostuvo la señora canciller. Cuando hay un terremoto, un tsunami, el mundo se moviliza en ayuda, pero poco puede hacer para prevenir las causas. Cuando hay crisis humanitaria en un país, fruto directo de los malos manejos políticos, es deber de los estados ayudar a la población, pero también intervenir en sus causas.

Que nuestro país haga trueques con Venezuela, que envíe productos a cambio del diésel que necesitamos es un buen comienzo. Pero como Gobierno tiene otras obligaciones. No puede con parches sostener el derrumbe de la institucionalidad democrática de un país vecino.

Y es deber de los medios de comunicación informar lo que sucede, eso no es hacer alharaca, para que la ciudadanía conozca y asuma su rol de refugio para quienes están viviendo situaciones extremas.

La ciudadanía hace su esfuerzo, las autoridades esperan… y piden tiempo y no parecen involucrarse en un problema que es de todos y requiere decisiones conjuntas no solo de diplomáticos que obran con sigilo y parsimonia, sino de ciudadanos urgidos a dar la mano para aliviar el sufrimiento.

Cada país encuentra su propio camino, dice el señor presidente, pero ese camino ya tiene que ver con todos nosotros, ya estamos involucrados y lo que pasa en Venezuela tiene repercusiones en la vida cotidiana de miles de ciudadanos ecuatorianos.

La no injerencia sí es indiferencia y negligencia en este caso. (O)