¿Acaso el pronosticado y harto probable triunfo del “Sí” en la consulta popular del 4 de febrero próximo convertirá en “cadáveres políticos” a Rafael Correa y al correísmo en el Ecuador? ¡De ninguna manera! Creerlo sería ingenuo, y eso es lo que quieren hacernos creer. Si el exmandatario acuñó la expresión “cadáveres políticos” para insultar a presidentes que lo antecedieron y lo cuestionaron públicamente, es porque él jamás se resignará a ser solo un expresidente. Pero un “cadáver político” es un muerto caminante, pensante, hablante, viviente y plenamente influyente en el mundo de los vivos políticos y de los “políticos vivos”, que en este país son mayoría. Además, un “cadáver político” podría comportarse –metafóricamente– como un zombi que “parte cabezas y come cerebros”. Quizás el 4 de febrero desataremos un “Apocalipsis zombi”, como en aquellas películas clase B.

Además de sus logros incuestionables como gobernante, particularmente en la obra pública, se le debe reconocer a Rafael Correa la invención del correísmo: un movimiento político que reúne heterogéneos intereses que van desde el afán altruista de servir al país eliminando las inequidades, ayudando a los más necesitados y modernizando al Estado, hasta la ambición más perversa y oportunista de monopolizar el poder y aupar la construcción de aquellas fortunas personales que prosperaron durante la década pasada. En el segundo extremo, el correísmo ha tenido la “virtud” de resumir los vicios y taras bicentenarios de nuestra cultura política en un solo movimiento y bajo un epónimo único, yuxtapuesto a los nombres de “Movimiento PAIS” y “Revolución Ciudadana”. El cisma que hoy divide al correísmo proviene de su propia y original estructura.

Entonces, ¿hay diferencias estructurales entre el correísmo expreso y el descafeinado “morenismo”? ¡Ojalá las hubiera! Para que las diferencias no sean meramente sintomáticas, porque solo parecen remitir, por un lado, a la adhesión afectiva más que ideológica a un líder u otro, en la misma concepción caudillista y populista de la práctica política en el Ecuador. Por otro lado, se trata del mismo y viejo oportunismo que caracteriza a los “políticos vivos” criollos, con la diferencia de que unos calcularon mejor que otros en qué momento debían cambiar de caballo. Pero no hay evidencia de diferencias sustanciales entre algunos de los sonrientes ministros actuales y los avinagrados ex. Insisto en lo antes planteado en esta columna: quienes ejecutan la supuesta “descorreización” son “portadores sanos” del virus y vectores potenciales de la eventual “recorreizacción”.

Porque el “correísmo” como invención de Rafael Correa trasciende la presencia física de su creador e incluso su propia existencia. Es un discurso singular, una avidez por el poder, una práctica política arraigada y muy ecuatoriana, y una promesa vindicativa para los votantes, que condensa todos los “ismos” personalistas que lo precedieron, para un pueblo que adora los populismos y caudillismos, que requiere amos aparentemente recios y que espera fervoroso la llegada del próximo mesías que nos salvará del Apocalipsis sin que debamos hacer esfuerzo propio. Un final feliz que encubre el otro Apocalipsis, el zombi: vivimos predispuestos a que “nos coman el cerebro” por nuestra pereza intelectual, comodidad consumista, cobardía ciudadana, silencio anencefálico, sometimiento al macho más fuerte, y estúpida inercia de “almas bellas” ideológicamente amorfas. (O)