Robert Mugabe, presionado por la oposición y las Fuerzas Armadas, después de haberse resistido varios días, renunció al fin a seguir ejerciendo la presidencia de Zimbabue, que había desempeñado durante 37 años.

Su historia es quizás el mejor ejemplo de cómo un héroe, símbolo de la independencia de su país, puede convertirse en un dictador sanguinario, corrupto y corruptor, por el ejercicio continuado del poder absoluto. Shadrack Gutto, profesor de la Universidad de Sudáfrica, lo resumió así para la prensa: “Fue un dirigente formidable, pero el poder terminó degenerándolo a tal punto que puso a Zimbabue de rodillas”.

Si tuviéramos dudas de lo positivo de la alternabilidad en el ejercicio del poder político de los países, el ejemplo de Zimbabue y su otrora líder liberador sería suficiente argumento para aceptar el periódico cambio democrático.

Los ciudadanos de Zimbabue lo entendieron así tras muchos años de represión, de crisis económica, de corrupción y de dolor, por eso celebraron con júbilo la noticia de su retiro. Tenían razones, que un ciudadano resumió así: “Fuimos reducidos a personas sin valor bajo Mugabe”. Suficiente lección para el mundo. (O)