Cada sociedad produce sus psicópatas idiosincráticos, con rasgos clínicos propios de cada medio, y una potencialidad letal singular según la cultura a la que pertenecen. La reciente matanza en una pequeña iglesia de Texas no será el último episodio de una serie mortal, actuada por un personaje característicamente sintomático de la sociedad estadounidense: el “american psycho”, el impredecible tirador solitario, nativo de un país amante de los rifles, donde casi es más fácil comprar un fusil automático de asalto que un antibiótico de última generación. Si cada país fabrica sus propios psicópatas, ¿qué caracteriza a los/las que produce el Ecuador? ¿En qué consiste su capacidad de matar o herir a sus compatriotas?

Primero, la mayoría de los psicópatas ecuatorianos encauza su letalidad hacia la conducción de vehículos. La proverbial peligrosidad de los conductores ecuatorianos forma un continuo, que va desde las personas aparentemente inocentes que hablan por teléfono celular conduciendo sus automóviles e irresponsables del riesgo mortal que representan para sí y para los demás, hasta la psicopatía francamente homicida de algunos que manejan un vehículo pesado o con pasajeros a gran velocidad y de manera temeraria por nuestras carreteras, provistos de una licencia profesional y al mando de un automotor que no está en óptimas condiciones mecánicas. El continuo incluye a los psicópatas jovencitos de los “piques” nocturnos, y a los machos y machas que no se dejan rebasar ni ceden el paso jamás. Nos jugamos la vida cada vez que viajamos en un bus interprovincial, quizás conducido por un psicópata ecuatoriano.

Segundo, muchos psicópatas ecuatorianos son pederastas o sádicos que se disfrazan de docentes, novios o maridos, para tener acceso a niños, niñas, adolescentes y mujeres, y poder abusar sexualmente de ellos y ellas, hacerles objeto de humillaciones y maltratos, y ejercer violencia física hasta la muerte. El Ecuador es un país donde tradicionalmente los fuertes abusaron de los débiles en todos los campos y tiempos. En este país, el ejercicio de cualquier poder “autoriza” diferentes formas de abuso sobre los demás, y ello incluye aquellas prácticas de violencia aparentemente legitimadas o justificadas, como las promovidas por quienes llegan al poder político. El abuso deviene mortal cuando cualquier forma de poder es actuada por algún sujeto con clara disposición psicopática.

Finalmente, el destino frecuente y solapado de muchos/as psicópatas ecuatorianos/as es la política, la actividad más noble en la Grecia clásica y la más perversa en el Ecuador presente. Su capacidad letal opera por dos vías. La primera es el abuso del poder que les ha llevado, a lo largo de la historia, a decretar la detención arbitraria o “judicializada”, las palizas o el maltrato psicológico, y excepcionalmente la muerte física o simbólica (ordenando el desempleo) de sus contradictores más notorios. La segunda es la corrupción individual u organizada, que les ha permitido cambiar las leyes y apropiarse del dinero de todos, para cimentar su poder y cubrir su retirada, hambreando a su pueblo y despojando a los hospitales de medicamentos e insumos básicos.

Anualmente, ¿quiénes causarán más muertos y heridos: los impredecibles locos norteamericanos armados con fusiles AK-47, o los/las más predecibles psicópatas ecuatorianos/as armados/as con carro, licencia, celular, inmunidad, plata, poder, puños y/o pene? (O)